Una ventana abierta a la Psicología del cambio interior desde la mirada de la terapia Gestalt

Archivo para abril, 2013

LÍMITES Y FRONTERAS PERSONALES

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Toda relación por íntima que sea tiene unos límites. Para poder establecer relaciones satisfactorias y sanear las conflictivas tenemos que examinarlos. Estos límites nos permiten proteger nuestra parte más intima y personal. Establecemos nuestros  límites diciendo cómo deseamos que los demás nos traten, lo que se nos puede y no se nos puede decir, qué bromas aceptamos y cuáles no, para qué se puede contar con nosotros y para qué no, qué es lo que esperamos de una relación íntima, qué es lo que no toleramos cuando hay un conflicto etc.

El modo y la intimidad de una relación se regulan por medio del uso que hacemos de nuestros límites. Algunos fomentan el desarrollo y la madurez personal, mientras que otros lo pueden obstaculizar.

Un límite sano es aquel que es lo suficientemente claro y bien delimitado como para mantener nuestras prioridades y autonomía, pero a la vez lo suficientemente flexible como para permitirnos establecer relaciones cercanas y enriquecedoras con otras personas.

Determinadas personas tienden a ver sus límites con excesiva rigidez, y se terminan convirtiendo en muros defensivos que impiden una relación satisfactoria con los demás. Si no sabemos flexibilizar nuestros límites cuando corresponde, nuestras relaciones se bloquean.

Para que exista una relación sana es indispensable que cada uno conserve su propia identidad y respete la del otro, solo así nuestro encuentro con los demás será satisfactorio y generador de crecimiento. Pero en determinadas ocasiones, al relacionarnos creamos unos límites tan flexibles y permeables que resulta difícil distinguir donde termino yo y donde empieza el otro. A menudo las personas que establecen estos tipos de límites creen que de esta manera se facilita su relación con los demás, pero el efecto es el contrario, dan lugar a malentendidos, resentimiento, falta de claridad, baja autoestima…

Estas relaciones “simbióticas” son especialmente abundantes en las parejas donde se confunde intimidad con decir a todo si, no mostrar desacuerdo y tener los mismos gustos. Incluso a veces sorprende que cada miembro por separado solo puede expresar sus gustos y opiniones usando el “nosotros”: “A nosotros nos gusta todo lo relacionado con la naturaleza”, “no estamos de acuerdo con ese pensamiento”, “lo que queremos es no malcriar a nuestro hijo”… Como si usar el “yo” se percibiera como una traición a la otra persona o una  amenaza a la unión existente.

Otro ámbito en el que el efecto de unos límites difusos y permeables suele ser causa de conflictos es en la relación con los hijos. Debido a que muchos padres y madres han vivido bajo un modelo educativo donde los límites eran muros rígidos y el niño no tenía casi espacio, es frecuente que se intente no caer en el mismo error pero pasándose al lado opuesto igualmente perjudicial.

Si los padres usan unos límites demasiado flexibles es probable que no sean capaces de proteger sus propias necesidades, y los niños pueden transformarse en seres egoístas que no saben respetar las necesidades de los demás. Por otro lado, se ha comprobado que los límites ayudan a desarrollar el sentido de seguridad en los hijos, ya que aprenden que hay cosas que no están permitidas y que los padres se encargarán de señalárselas. Un niño que crece sin límites se hace especialmente vulnerable a la frustración en la vida adulta, porque de mayor es imposible que la vida les conceda todo lo que piden.

El contexto y el tipo de vínculo definen la proximidad y la distancia adecuada para una relación. Un adulto no se comportará de la misma manera con su hijo pequeño que con el hijo del vecino, por mucho que los dos niños tengan la misma edad y los encuentros sean frecuentes. No se tiene la misma relación con una suegra que con una madre, la disposición puede ser igual de buena pero las experiencias vividas y los distintos roles hacen poco útil intentar “igualar” estas relaciones.

La  intimidad y distancia pueden variar según las diferentes relaciones e incluso en los distintos momentos de una misma relación, día a día. Los tipos de límites con un hijo cambian de manera radical según si este es un niño, si es un adolescente o si ya está emancipado.

Saber adaptar y respetar los límites personales en función del contexto y el tipo de relación puede parecer sencillo, pero nos encontramos ante un conflicto cuando se produce una mala interpretación de ese contexto. Hay personas que se empeñan en establecer con sus hijos una relación idéntica a la que se tiene con un amigo; y no se trata de que un hijo no pueda ser “amigo”, sino de que por encima de eso hay una relación padre/madre-hijo/a que va a dar un sentido muy diferente al que puedan tener dos amigos.

Normalmente no establecemos nuestros límites de forma explícita y consciente; los vamos estableciendo a través de nuestros hechos, a través del modo en que permitimos que nos traten. Pero con algunas personas es necesario expresar nuestras fronteras de forma clara. Podemos escudarnos en que el otro debería adivinar algo que para nosotros puede estar muy claro, pero confiar en la capacidad de adivinación del otro suele dar muy malos resultados en la mayoría de situaciones. Si mis límites son violados me corresponde a mi exponer claramente la situación al invasor.

Los límites se fortalecen a través del uso inteligente del derecho de decir no y de la decisión responsable de decir si. Pero hay que tener muy en cuenta que poner un límite no tiene nada que ver con dar rienda suelta a la agresividad. Un límite bien establecido no es un acto de violencia, sino un acto de transparencia donde pido mi derecho a ser respetado.

EL ADIÓS EN LOS NIÑOS

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Generalmente olvidamos o no tenemos en cuenta a los niños en los temas de duelo. No es que nadie se ocupe de ellos, suele ocurrir lo contrario. Pero muy pocas personas se sienten cómodas hablando a un niño de la muerte. Los niños tienen una idea muy diferente de la muerte, y hay que tener en cuenta esto para hablar con ellos y comprender sus reacciones.

 Aunque existe la creencia común de que los niños no se enteran de lo que ocurre a su alrededor cuando sucede la muerte de algún familiar, esto no es cierto. Es verdad que hacia el año y medio de vida es cuando el niño puede conservar por reconocimiento o por recuerdo una figura ausente, antes de este periodo ningún niño suele experimentar anhelo o dolor por la ausencia de un ser querido.

A partir del año y medio el niño vive el duelo con emociones comunes a las del adulto: esperanza de que el ser querido vuelva, ansiedad o miedo por sufrir otra pérdida o por morir él y conductas agresivas hacia los demás o hacía sí mismo.

Sin embargo también hay diferencias, así las manifestaciones externas son más explosivas, incontroladas y llamativas. Aunque cada niño va a reaccionar de una manera distinta ante la muerte, desde retirarse de una forma silenciosa hasta el llanto a gritos.

Otra diferencia es la información que se le puede hacer llegar a los pequeños y que les puede llevar a malas interpretaciones. Muchas personas piensan si no serán demasiado pequeños o si la experiencia será demasiado traumática. Por eso usamos frases para explicar la  muerte que inducen a error como: “se ha dormido”, “está en el cielo»,   “se ha ido de viaje”. Este tipo de frases crean bastante confusión ya que los niños no tienen la capacidad para comprender las metáforas y puede interpretar ese “se ha dormido” como que el acto de dormir es peligroso, por lo que planteamientos como “se ha ido de viaje”, “está en el cielo”, u otros que no entiende, pueden favorecer reacciones insanas.

Es mejor decirle a un niño que alguien ha muerto que demorar la explicación con historias falsas y confusas. El niño debe conocer la verdad de manera sencilla y clara, y se debe responder a sus preguntas con sinceridad y delicadeza. Y si no tenemos respuestas no pasa nada, es positivo que vean que no hay respuestas definitivas ante la muerte.

Como los niños todavía no pueden diferenciar entre el deseo y la acción, a veces pueden llegar a sentir remordimientos y culpabilidad. En algunos casos se pueden llegar a sentir responsables de haber “matado” a la persona querida y pueden creer que tendrán un castigo enorme. En otros pueden tomarse la situación con una calma relativa pensando por ejemplo que “volverá después de vacaciones”. Si los adultos que ya están bastante trastornados en este periodo, no comprenden a los niños, no les explican nada, les regañan o les corrigen, los niños pueden retener y bloquear dentro de sí la pena dando lugar a posteriores problemas emocionales.

Es importante hablarles de la pérdida común y del dolor que sienten todos para que no se sientan solos y sepan que se les comprende. Hablar de la persona que ha muerto con la mayor naturalidad posible es una manera de manifestar que sigue viva en nuestro corazón.

Muchas veces ocurre que los adultos, en nuestro dolor por la pérdida de un ser querido, nos escondemos para que un niño no nos vea llorar o lamentarnos, y así creemos protegerlo. Pero eso es un error.

Hay que dejar que los niños comprendan cómo nos sentimos. Si estamos tristes podemos llorar sin temer que los niños nos vean. No hay que intentar reprimir el llanto, ni fingir que no ha pasado nada, ni hacer creer que la vida no va a cambiar. Es cierto que si nos ven llorar probablemente ellos también lloren, pero eso no va a perjudicarles. Los niños tienen que aprender que las emociones existen y que deben asumirlas. Eso les ayudará a crecer y madurar.

En nuestra sociedad los niños no suelen participar del acompañamiento de sus seres queridos, y por supuesto se les evita estar presentes en el momento de la muerte. Tendemos a retirar a los niños para protegerlos, como si la muerte fuera solamente apta para mayores. Para ayudar a los niños en su proceso duelo es recomendable que participen junto con los adultos en aniversarios, visitas al cementerio y demás celebraciones según sea la costumbre de cada familia. Si la muerte ha sido reciente, es lógico que haya tristeza y lágrimas, pero ir al cementerio no tiene por qué ser un lugar de dolor, puede convertirse en un lugar de recogimiento y de recuerdo del cariño por la persona que murió.

En el adolescente las reacciones son más similares a las de un adulto. La adolescencia ya de por sí es una época difícil y a menudo la pérdida de un padre o hermano se convierte en un peso excesivo.

En cualquier caso, tanto si se trata de niños como de adolescentes, nosotros los adultos podemos ayudarles en sus propios procesos de duelo apoyandoles lo suficiente para que puedan expresar sus sentimientos, ya sean de culpabilidad, rabia, pena o tristeza, de manera natural.

LOS SENTIMIENTOS EN EL PROCESO DE DUELO

perdidasEl próximo sábado 13 de abril voy a participar en las VIII Jornadas Sociales sobre Elaboración del Duelo que organiza la Asociación Talitha, entidad sin ánimo de lucro que ayuda a personas en el proceso del duelo por la pérdida de seres queridos, y con la que llevo colaborando desde hace varios años.

En Talitha colaboro prestando mi ayuda profesional a personas que han perdido a un ser querido y se encuentran en proceso de duelo. Mi apoyo a estas personas lo realizo a través de la dirección de grupos de autoayuda (madres, hermanos, duelo complicado), intervenciones individuales en terapia y dinamización de encuentros temáticos grupales.  

Por esta razón aprovecho para dejaros aquí un artículo sobre los sentimientos en el proceso del duelo que espero os guste.

La mayoría  desconocemos lo que es el duelo hasta que lo experimentamos. Creemos que nos vamos a sentir tristes y heridos, pero como nadie nos ha enseñado cómo hacerlo, cuando este se produce tal vez nos sorprenda el hecho de percibir otras emociones como rabia, culpa, y una multitud de sentimientos dolorosos que nos sumen en una profunda tristeza, apatía, desesperanza, abatimiento e incluso depresión.

A un primer momento de bloqueo emocional le sucede la incredulidad, la negación de lo ocurrido. Siguen sentimientos alternativos de búsqueda, desesperanza, rabia, dolor y  culpabilidad entre otros.

El llanto y el dolor están dentro, pero no se nos permite exteriorizarlo tanto como necesitamos fuera de los primeros momentos tras el velatorio y el entierro, y aparece poco a poco el aislamiento al no poder expresarnos libremente, incluso culpándonos si lo hacemos porque pensamos que así hacemos daño a otros. También nos van dejando de lado personas que antes tuvimos cerca y que ahora tienen dificultades para estar cerca del sufrimiento.

Llegan la impotencia, sentimientos de inutilidad y de poca valía. Nuestra propia estima se resquebraja acercándonos hacia un estado de depresión y de falta de estímulo para vivir. Todo esto es absolutamente normal y forma parte de la vivencia mas íntima y total de la pérdida de nuestras personas más queridas.

Aprender a reconocer esos sentimientos, admitirlos, sacarlos a la luz y expresarlos al exterior va  a ser una de las tareas más importantes a realizar en el proceso del duelo.

Como no se habla de eso, muchas personas no entienden la compleja mezcla de sentimientos que acompañan a la pérdida de un ser querido. Por eso cuando nos toca experimentar esas emociones, pensamos que nos ocurre algo extraño y que esto es algo raro o antinatural, y dudamos de si perderemos la cabeza, si nos vamos a volver locos, o no vamos a poder comportarnos adecuadamente en esta o aquella situación.

Uno de los factores más significativos que influyen en la dificultad para elaborar el duelo es el sentimiento de deslealtad a la persona fallecida. Muchas personas que han perdido a un ser querido evitan cualquier tipo de ayuda (sobre todo profesional) para la superación del duelo, porque piensan erróneamente que tendrán que olvidarse del fallecido y continuar con su vida como si nada hubiese pasado.

Muchas investigaciones han demostrado la eficacia de los grupos de autoayuda para la superación del duelo ya que es precisamente el contacto con otras personas que están atravesando por la misma situación lo que nos ayuda a comprender y aceptar nuestros sentimientos como parte natural del proceso de duelo.

Los sentimientos nos pertenecen, son naturales. El problema viene cuando  no dejamos que estos sentimientos salgan al exterior, cuando no los expresamos o manifestamos, cuando queremos ocultarlos o los sustituimos por otros que no son los que verdaderamente necesitamos expresar. De esta forma tendemos a ir por la vida como si nos ocultáramos tras una máscara, evitando así que los demás sepan cuál es nuestro verdadero estado de ánimo.

Los sentimientos, o bien los verbalizamos y manifestamos al exterior, o bien los somatizamos y son absorbidos por nuestro cuerpo. Como el vapor que se acumula en el interior de una olla, si se guardan dentro y se permite que acumulen intensidad, pueden acabar haciendo saltar la “tapadera” que los reprime. De esta manera, estamos continuamente dándole vueltas a lo mismo y sintiendo el mismo dolor una y otra vez sin poder llegar a una solución. Porque al no desahogarnos, el sentimiento no desaparece sino que al contrario sigue vivo en nuestro interior haciéndonos daño.

No hay nada de malo en permitir que nuestras amistades y nuestros familiares más cercanos nos consuelen cuando más lo necesitamos. Si tienes hijos, es importante dejar que conozcan también ese aspecto de tu carácter. Pero si piensas que prefieres ahorrarles a ellos esa pena, lo único que estás haciendo al ocultarlo es enseñarles a  bloquear sus sentimientos e impedirles que manifiesten los que ya están experimentando y sintiendo.

Para el desarrollo sano y positivo del proceso de duelo, por un lado es de vital importancia detectar nuestros verdaderos sentimientos, tomando conciencia de ellos y reconociéndolos como propios, y por otro, el saber expresarlos y manifestarlos adecuadamente, lo que hace que la comunicación y las relaciones se enriquezcan enormemente. Por ejemplo, si estoy triste, sé que puedo expresarlo externamente de diversas formas: con lágrimas, con sollozos, con la mirada perdida, etc. Si siento rabia puedo manifestarla con el ceño fruncido, gritando o dando un puñetazo sobre la mesa. Con estas expresiones me estoy dando permiso para desahogarme, para sacar lo que llevo en mi interior, lo ventilo y lo aireo evitando así que se estanque en mi interior. Tal vez esta expresión de sentimientos no mitigará mi dolor por la pérdida que he tenido, pero me ayudará a que poco a poco vaya tomando contacto conmigo mismo y vaya integrando esta pérdida en mi interior hasta lograr poder recordar con tranquilidad, ternura y serenidad.

 Si os ha parecido interesante, os animo a asistir a las jornadas este sábado. Os dejo un enlace al cartel donde podréis consultar la programación.  cartel talitha jornadas 13 (4)

 

PRISIONEROS DE NUESTRAS CREENCIAS

prisioneroLas creencias son conceptos que constituyen nuestra propia imagen, configuran el retrato de nuestras debilidades, virtudes, capacidades, valía y relación con el mundo.

Las creencias básicas definen los sentimientos que cada cual tiene sobre sí mismo. Marcan los límites de lo que puede lograrse. Definen lo que se espera de la vida en términos de realización, satisfacción y bienestar emocional. Nuestra propia identidad se configura por el conjunto de creencias que nos identifican. Al mismo tiempo nos identificamos con aquellos rasgos que hemos interiorizado y que determinan nuestra manera de vivir. Las personas se identifican con algo y con arreglo a eso viven.

“Soy digno de amor y respeto”, “hago bien las cosas”, “me siento amado y atendido”, “la gente es digna de confianza”, “controlo poco mi vida”, “tengo muchos defectos”, “el mundo es seguro”, “acepto no lograr lo que quiero”, “los demás saben ocuparse más de mí que yo mismo”, “suelo sentirme excluido de los grupos”, “me preocupa enfermar”, “casi siempre me perdono mis fallos”, “me fijo objetivos razonables”, “mis impulsos me controlan”,.. estas son algunas de las creencias, una larga lista que nos puede tanto impulsar como limitar en función del tono positivo o negativo que tengan.

No se debe luchar contra las creencias porque la lucha nos empuja a tener un mayor enganche y a autoafirmarnos en ellas. Hacemos más por mantener los conflictos que por resolverlos. Tenemos que tener cuidado con lo que descalificamos porque acabamos más agarrados a ello. Por tanto, para liberarnos de ellas tenemos que acogerlas y aceptarlas.

Las creencias básicas son de naturaleza dicotómica, agrupan inevitablemente las experiencias en positivas y en negativas, y tienden a ser generalizadas. Existen creencias que son infrautilizadas, que tienen poca relevancia en nuestras vidas pero que si en un momento determinado las asumimos nos pueden poner en marcha o paralizarnos, dependiendo del tipo de creencia que sea.

Estamos guiados por nuestras creencias y valores, estas creencias no suelen ser visibles ni conscientes. Son fuerzas muy poderosas que pueden generar o inhibir, ya que constituyen imágenes mentales. Tienen consecuencias de largo alcance, tanto positivas como negativas, que afectan a todos los aspectos de la vida. Las relaciones, el trabajo, la ocupación del tiempo libre y hasta la salud. Es evidente saber que pensar negativamente afecta a nuestro estado de ánimo. Por ejemplo, quien piense que el mundo es un lugar hostil y peligroso se encontrará en un estado de ansiedad continuo. Si al contrario considera el mundo un lugar seguro se comportará de una manera más tranquila.

Lo que pienso acerca de las cosas puede determinar aquello que elijo. En mis relaciones, si me marco normas muy rigurosas para mí y para los demás, quizá nunca encuentre a la persona adecuada. Quien dude de ser digno de ser querido es probable que nunca llegue a enamorarse. Mis creencias van a influir en mis actitudes.

Son difíciles de evaluar ya que suelen ser globales y generalizadas y no es posible demostrar su exactitud. El trabajo de transformación de las creencias es profundo y requiere en muchas ocasiones de ayuda, ya que pueden estar muy arraigadas. Ser consciente de la creencia, rebatirla, cuestionarme qué hacer para mantenerla, comprobar qué pasaría si hago lo contrario, fijarse una nueva creencia más sana, son algunos de los pasos para cambiarlas. Liberarse de ellas es como encontrar la llave de la cárcel donde estamos prisioneros, la llave que abre el camino a una vida más libre y satisfactoria.