Una ventana abierta a la Psicología del cambio interior desde la mirada de la terapia Gestalt

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SE NOS ROMPIÓ EL AMOR DE TANTO USARLO

RUPTURA Uno de los acontecimientos que deja una profunda huella en nuestras vidas es la ruptura sentimental o afectiva. Es imposible encontrar a una persona que en el transcurso de su vida no haya experimentado una pérdida afectiva, al menos una sola vez, ya sea a causa de un fallecimiento, una pelea con algún amigo, un divorcio o la ruptura de una relación sentimental. De hecho se dice que el nacimiento es la primera separación traumática, la del paso del espacio seguro del útero a un mundo lleno de incertidumbres y peligros.

Hablemos de las relaciones sentimentales que se rompen. Tras un período de enamoramiento, de amor y de entrega, donde aparecen grandes ilusiones, esperanzas y proyectos de futuro, la ruptura de la relación pesa tanto que nos  cuesta enormemente retomar las riendas de nuestra vida. Cuando esta situación aparece, a veces tras un largo y tortuoso deterioro de la relación, nos quedamos atrapados en un torbellino de sentimientos, preocupaciones e interrogantes que a menudo nos sumergen en una profunda crisis de la que debemos salir reforzados con las mejores herramientas para restablecer de nuevo el equilibrio y la serenidad en esta nueva etapa de nuestras vidas.

Cuando una relación de pareja se rompe, se destruyen también muchos aspectos del entorno general de cada uno de los miembros de la pareja. Desde el ámbito familiar, donde toda su estructura queda truncada, pasando por las relaciones sociales y de amistad que la pareja ha creado, hasta el área económica donde surgen grandes problemas y conflictos con la división y el reparto de los bienes que se tenían en común.

Nuestras vidas se transforman rápidamente con la pérdida del amor. Al comenzar de nuevo, nos vemos enfrentados de repente al resto de nuestras vidas, sin tener ninguna idea de lo que debemos hacer. Nos encontramos despojados de lo que es más conocido para nosotros y sabemos muy poco de lo que vendrá después. No tenemos prácticamente ninguna experiencia a la hora de enfrentarnos a este nuevo desafío. Nuestras mentes están llenas de preguntas, y nuestros corazones rotos de dolor.

De todas las pérdidas, la pérdida del amor es tal vez la más dolorosa. Cuando sufrimos una desilusión o tenemos algún problema, es el amor el que nos consuela y hace soportable nuestro dolor. En nuestra vida diaria, cuando experimentamos una pérdida, un desengaño o un rechazo, nuestras mentes nos protegen de una forma automática al recordamos que en casa nos quieren. Pero cuando se pierde el amor, cuesta muchísimo encontrar alivio, consuelo o protección. No nos damos cuenta de lo mucho que dependemos de este apoyo hasta que nos lo quitan.

Cuando esto ocurre nos sentimos como en un precipicio. En el momento en que perdemos nuestro objeto de amor, de pronto nos encontramos sin nuestras defensas y experimentamos el dolor de la pérdida en toda su crudeza. En este punto, no sólo lloramos por la pérdida del ser querido, sino también por nosotros mismos, preguntándonos: ¿por qué duele tanto?

En ningún momento nos llegamos a imaginar el terrible dolor y el gran vacío que se puede llegar a sentir tras la pérdida del amor. Volver a estar solo supone sin lugar a dudas una crisis. Como cualquier otra crisis, es un tiempo de incertidumbres y también de oportunidades. La oportunidad es la posibilidad de curar y fortalecer el corazón y la mente, para poder seguir adelante de manera fuerte, sana y más independiente.

La separación es una experiencia muy fuerte de ruptura, y por lo tanto es muy frecuente que en este periodo aparezcan profundos sentimientos de desesperación, decepción, venganza, ira, impotencia, tristeza, miedo, soledad, culpa, rechazo… Todo esto nos remueve por dentro, pues sin lugar a dudas donde realmente repercute y hace estragos la ruptura con la pareja es en el ámbito personal. En esta área aparecen multitud de pensamientos destructivos que influyen directamente en nuestra autoestima,  quedando ésta fuertemente mermada y dejándonos con sentimientos de infravaloración e incapacidad para establecer nuevas relaciones de pareja. El amor es una de las experiencias humanas más profundas, y cortar el vínculo amoroso es una de las tareas más dolorosas de la vida.

En el momento de encontrarnos solos todo parece nuevo y necesitaremos desarrollar una orientación completamente nueva para la vida que está por llegar. Se necesita un tiempo para guardar luto por nuestras esperanzas rotas y para darnos cuenta de que la esperanza hemos de reconstruirla con esfuerzo, ya que por sí sola no vendrá.

La separación afectiva, aunque dolorosa, puede ser un periodo de reconstrucción, de aprendizaje y de autoconocimiento. Podemos desarrollar partes nuevas de nosotros mismos que antes tal vez no conocíamos o por el contrario podemos bloquearnos y tener dificultades para seguir con nuestra vida. De nosotros depende iniciar un recorrido que termine con la superación de la separación afectiva y nos prepare para entablar nuevas y mejores relaciones.

LÍMITES Y FRONTERAS PERSONALES

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Toda relación por íntima que sea tiene unos límites. Para poder establecer relaciones satisfactorias y sanear las conflictivas tenemos que examinarlos. Estos límites nos permiten proteger nuestra parte más intima y personal. Establecemos nuestros  límites diciendo cómo deseamos que los demás nos traten, lo que se nos puede y no se nos puede decir, qué bromas aceptamos y cuáles no, para qué se puede contar con nosotros y para qué no, qué es lo que esperamos de una relación íntima, qué es lo que no toleramos cuando hay un conflicto etc.

El modo y la intimidad de una relación se regulan por medio del uso que hacemos de nuestros límites. Algunos fomentan el desarrollo y la madurez personal, mientras que otros lo pueden obstaculizar.

Un límite sano es aquel que es lo suficientemente claro y bien delimitado como para mantener nuestras prioridades y autonomía, pero a la vez lo suficientemente flexible como para permitirnos establecer relaciones cercanas y enriquecedoras con otras personas.

Determinadas personas tienden a ver sus límites con excesiva rigidez, y se terminan convirtiendo en muros defensivos que impiden una relación satisfactoria con los demás. Si no sabemos flexibilizar nuestros límites cuando corresponde, nuestras relaciones se bloquean.

Para que exista una relación sana es indispensable que cada uno conserve su propia identidad y respete la del otro, solo así nuestro encuentro con los demás será satisfactorio y generador de crecimiento. Pero en determinadas ocasiones, al relacionarnos creamos unos límites tan flexibles y permeables que resulta difícil distinguir donde termino yo y donde empieza el otro. A menudo las personas que establecen estos tipos de límites creen que de esta manera se facilita su relación con los demás, pero el efecto es el contrario, dan lugar a malentendidos, resentimiento, falta de claridad, baja autoestima…

Estas relaciones “simbióticas” son especialmente abundantes en las parejas donde se confunde intimidad con decir a todo si, no mostrar desacuerdo y tener los mismos gustos. Incluso a veces sorprende que cada miembro por separado solo puede expresar sus gustos y opiniones usando el “nosotros”: “A nosotros nos gusta todo lo relacionado con la naturaleza”, “no estamos de acuerdo con ese pensamiento”, “lo que queremos es no malcriar a nuestro hijo”… Como si usar el “yo” se percibiera como una traición a la otra persona o una  amenaza a la unión existente.

Otro ámbito en el que el efecto de unos límites difusos y permeables suele ser causa de conflictos es en la relación con los hijos. Debido a que muchos padres y madres han vivido bajo un modelo educativo donde los límites eran muros rígidos y el niño no tenía casi espacio, es frecuente que se intente no caer en el mismo error pero pasándose al lado opuesto igualmente perjudicial.

Si los padres usan unos límites demasiado flexibles es probable que no sean capaces de proteger sus propias necesidades, y los niños pueden transformarse en seres egoístas que no saben respetar las necesidades de los demás. Por otro lado, se ha comprobado que los límites ayudan a desarrollar el sentido de seguridad en los hijos, ya que aprenden que hay cosas que no están permitidas y que los padres se encargarán de señalárselas. Un niño que crece sin límites se hace especialmente vulnerable a la frustración en la vida adulta, porque de mayor es imposible que la vida les conceda todo lo que piden.

El contexto y el tipo de vínculo definen la proximidad y la distancia adecuada para una relación. Un adulto no se comportará de la misma manera con su hijo pequeño que con el hijo del vecino, por mucho que los dos niños tengan la misma edad y los encuentros sean frecuentes. No se tiene la misma relación con una suegra que con una madre, la disposición puede ser igual de buena pero las experiencias vividas y los distintos roles hacen poco útil intentar “igualar” estas relaciones.

La  intimidad y distancia pueden variar según las diferentes relaciones e incluso en los distintos momentos de una misma relación, día a día. Los tipos de límites con un hijo cambian de manera radical según si este es un niño, si es un adolescente o si ya está emancipado.

Saber adaptar y respetar los límites personales en función del contexto y el tipo de relación puede parecer sencillo, pero nos encontramos ante un conflicto cuando se produce una mala interpretación de ese contexto. Hay personas que se empeñan en establecer con sus hijos una relación idéntica a la que se tiene con un amigo; y no se trata de que un hijo no pueda ser “amigo”, sino de que por encima de eso hay una relación padre/madre-hijo/a que va a dar un sentido muy diferente al que puedan tener dos amigos.

Normalmente no establecemos nuestros límites de forma explícita y consciente; los vamos estableciendo a través de nuestros hechos, a través del modo en que permitimos que nos traten. Pero con algunas personas es necesario expresar nuestras fronteras de forma clara. Podemos escudarnos en que el otro debería adivinar algo que para nosotros puede estar muy claro, pero confiar en la capacidad de adivinación del otro suele dar muy malos resultados en la mayoría de situaciones. Si mis límites son violados me corresponde a mi exponer claramente la situación al invasor.

Los límites se fortalecen a través del uso inteligente del derecho de decir no y de la decisión responsable de decir si. Pero hay que tener muy en cuenta que poner un límite no tiene nada que ver con dar rienda suelta a la agresividad. Un límite bien establecido no es un acto de violencia, sino un acto de transparencia donde pido mi derecho a ser respetado.

Enamorarse, amar y … hacerse pareja

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La pareja es la situación vital en la que cada uno agudiza sus características personales y se sitúa en la polaridad de forma más radical. En pareja aflora todo lo que está dormido. Sale lo mejor y lo peor de nosotros mismos. Nuestras carencias, debilidades, sombras, dolores, temores, puntos débiles…los volcamos en la pareja.

Somos como un queso en el que los agujeros son la base de nuestra existencia, porque son algo que tuvimos en el pasado y que tenemos que recuperar de nuevo, las carencias de la infancia, en definitiva, todo aquello que exigimos a la pareja que  nos llene. La clave es saber cómo puedo buscar esa parte oscura y entrar en esos huecos para completarnos.

Encontrar el amor es estar preparado interiormente, sentirme completo por mí mismo. Es así cuando puedo buscar pareja, si busco en el otro lo que a mí me falta, encontraré una relación llena de carencias, miedos e inseguridades.

El amor es la fuerza que me hace disfrutar haciendo disfrutar al otro, supone más dejar entrar que invadir. Pero para llegar a este punto, toda relación o la mayoría de ellas comienzan con un periodo de gran intensidad emocional del que algunos responsabilizan a Cupido y que llamamos enamoramiento.

Llamamos enamorarse a ese estado de enajenación mental transitoria, porque no dura mucho y porque uno pierde la cabeza. Hay que saber diferenciar el enamoramiento del amor. El enamoramiento es ese momento en el que todas las emociones eclosionan. Todo es muy intenso y al mismo tiempo es más superficial, más basado en la pasión, en lo ideal, en la imagen que en lo real. Es una etapa en la que la relación de pareja se convierte en un espejo. Mi pareja es el reflejo de esa parte que yo no puedo ver de mí mismo. Y todo lo que me atrae del otro, de alguna forma es algo que también tengo. Sin embargo, en el amor aprendemos a querernos con nuestras diferencias, es un sentimiento menos intenso pero más duradero, y sobre todo,  basado en la realidad.

Enamorarse es un estado inevitable, una química que surge entre dos personas concretas en un momento determinado y lo que lo hace especial es que no nos ocurre con todo el mundo. Sin embargo, cuando pueda parecer de lo más romántico, el enamoramiento no nos muestra al otro. Cuando uno se enamora ve un reflejo de sí mismo y de lo que le gustaría ser proyectado en la persona de enfrente y este reflejo, es lo que le atrae.

Y aquello que más me seduce al principio, lo que más me enamora del otro, es seguramente lo que provoca que luego nos separemos. Esta es la gran paradoja del amor, porque esas cualidades que tanto admiro, suponen nuestras propias carencias. Uno hace una elección narcisista del objeto de deseo. Cuando conocemos a alguien potenciamos alguna cualidad del otro y la exageramos. Cualidad que potenciamos porque creemos que no la tenemos, y le colocamos al otro todo aquello que necesitamos, que nos fascina… cosas que seguramente años más tarde me molestarán, aunque no necesariamente es así.

El problema del enamoramiento es cuando se descubre al otro sin tanto adorno, es el momento en el que piensas que te has equivocado. Y es aquí donde acaba la etapa de enamoramiento. Entonces comienzas a mirar al que tienes delante de forma real y cuando lo conoces bien, y finalmente, decides si estar con todas las consecuencias o marcharte. Si decides quedarte, comenzará lo que conocemos como el amor.  Esta es la etapa en la que tengo que ser capaz de ver al otro sin querer cambiar nada de él. Y se empieza a crear el vínculo real, porque el amor real es algo que se construye día a día, es algo mágico, en lo que no hay reglas preestablecidas.

Para que el vínculo sea sano,  las crisis, los conflictos y las dificultades serán indicativos de que la relación está viva y es sana, y por tanto son necesarios. Obviamente, sin entrar en juegos patológicos, como el de los celos o las luchas de poder.

Los celos aparecen porque inconscientemente repetimos un vínculo anterior. Denotan el control que necesitamos ejercer sobre la pareja a la que pedimos incondicionalidad. Si tenemos claro el vínculo no nos importa la relación que tenga con el resto del mundo, el problema se ocasiona cuando no se confía en el otro y el vínculo formado es inseguro. Uno espera de su pareja recibir el amor universal, el de una madre a su hijo, que cuando no recibe, le ocasiona fricciones. Sin embargo, la pareja no nos puede proporcionar ese amor incondicional. La pareja está condicionada por la necesidad de dar y recibir. Una relación no se puede mantener, si no se recibe algo positivo del otro.

La necesidad de control y posesión también pueden destruir una relación. Una de las cosas sin las que una pareja no podrá sobrevivir, es si no hay libertad. Sin ella, el impulso es salir de allí. Dar espacio al otro, es más efectivo que acotarlo. De la primera manera, la persona permanecerá en la relación por su propia decisión, de la segunda manera, se sentirá obligado y agobiado, y eso podrá destruir la relación.

En resumen, si queremos construir una relación de pareja sana y duradera, os sugiero estos ingredientes indispensables: AMOR, RESPETO, CONFIANZA, PASIÓN, ADMIRACIÓN MUTUA, COMUNICACIÓN, INDEPENDENCIA Y LIBERTAD.