Una ventana abierta a la Psicología del cambio interior desde la mirada de la terapia Gestalt

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Tener un hijo adolescente… y no morir en el intento

conflictos con adolescentesEn algunos libros de psicología se puede leer que la palabra adolescencia proviene de la palabra adolecer, que equivale a “sufrir” o “padecer”. Otras fuentes  relacionadas con la lingüística afirman que su origen está en el verbo latino adolescere, que significa “comenzar a crecer”. Sea cual sea su etimología, lo cierto es que la adolescencia es un período comprendido entre la infancia y la edad adulta en el que el adolescente tiene que sufrir como forma de crecimiento.

El sufrimiento forma parte de la vida. Pero a veces surgen problemas cuando los padres intentan evitar todo sufrimiento a sus hijos. Los adolescentes viven una etapa de cambios, generalmente no saben lo que les pasa y se pueden descontrolar. Esta situación produce agobio en los padres, que van a intentar resolver cualquier problema de sus hijos y puede convertirlos en unos insatisfechos y consentidos.

Se ha confundido el no querer ser autoritario, como los padres de generaciones anteriores, con no poner límites. Los padres de ahora creen que todo está bien, permiten casi todo y para ellos no hay problemas. Todo se comprende y todo se disculpa.

Poco a poco, los padres se acostumbran a flexibilizar sus normas y a ampliar los límites que ponen a sus hijos adolescentes. La mayoría de las normas que ponen los padres se centran en las notas, con la diferencia de que los padres de antes se angustiaban con dos suspensos y ahora tienen que ser diez para que sea un problema. Precisamente el adolescente usa las notas para fastidiar a sus padres, que no le riñen porque creen que lo van a frustrar.

Un padre no debe evitar la frustración de su hijo, porque la frustración es una fuente de aprendizaje. Los adolescentes de hoy en día obtienen todo de manera rápida y cómoda, no tienen que esforzarse apenas. Su vida es muy estable. Por eso cualquier contrariedad les desestabiliza y angustia mucho. Los padres se agobian al ver a su hijo en aprietos, no lo pueden soportar e intentan evitarlo a toda costa.

Lo primero a trabajar con los padres son las normas y reglas que les ponen a sus hijos. Para ello es fundamental que la pareja esté de acuerdo en los límites que marcan a sus hijos y que conozcan la razón por la que ponen una norma. De este modo cualquiera de los dos podrá explicar a su hijo el porqué de una regla impuesta.

Otras veces los padres temen que su hijo se enfade y monte el “pollo”. Por eso los adolescentes deben ver que sus padres no le tienen miedo y están de acuerdo entre sí. Las normas que se les pongan deben ser seguras, claras y ante todo coherentes con las que siguen los propios padres. El mayor error que se puede cometer en la educación de un hijo es el de dar mensajes contradictorios o incoherentes, ya que el adolescente aprovechará la situación para manipular a sus padres y lograr de ellos todo lo que quiera.

En ocasiones se ponen normas que se rompen con facilidad. Esto sucede por ejemplo cuando los padres llegan del trabajo tan cansados que no tienen fuerzas para ponerse a pelear y ceden a la presión de sus hijos. Educar es una tarea agotadora, pero los padres deben estar ahí y aprender a soportar la presión.

Hay que ser consciente de que algunas de las normas puestas por los padres no se van  a cumplir cuando los hijos estén con otros cuidadores como abuelos, tíos etc.  Por eso hay que ser flexible ya que las normas las deben hacer respetar los padres. Algo que funciona es buscar normas básicas que se puedan llevar a cabo. De este modo podemos distinguir entre las normas que se pueden cumplir cuando los hijos estén con otras personas y aquellas que solo se pueden llevar a cabo con los padres. Con frecuencia el mecanismo de control son los padres y madres y cuando no están es el momento de hacer algo distinto.

Los jóvenes, por naturaleza, tienen la necesidad de trasgredir las normas. Se rebelan cuando se les dice no a algo. Por eso, cuanto más facilidad tengan para hacer cualquier cosa, mayor será el límite que romperán. No se trata poner normas muy duras imposibles de cumplir. Tampoco de no poner normas aceptando el hecho de no van a cumplirlas. Los hijos deben tener una cierta cuota de libertad delimitada por unos límites marcados por los padres. La norma hay que ponerla aunque luego se la salten, algo útil sería poner la norma y un poquito más para que la luchen. La función de los padres es pelear para que se cumplan las normas. Una buena estrategia puede ser la de prohibir cosas absurdas y sin importancia para que el adolescente sienta que está rompiendo normas.

Por último, quiero señalar que el establecimiento de ciertas normas puede estar sujeto a la negociación entre padres e hijos, teniendo en cuenta que nunca será una negociación entre partes iguales; los padres deben poner límites al proceso negociador. Si ante la situación de negociación el adolescente intenta manipular, amenazar con insultos, presionar gritando etc, los padres deben concluir el proceso y postergarlo hasta un momento en el que el hijo esté más calmado y entienda la actitud de negociación. Como los jóvenes de ahora no están acostumbrados a tolerar la frustración, no saben negociar ya que esto supone hablar en un tono calmado, controlarse y escuchar a la otra parte. Los padres también tienen la tarea de enseñar a sus hijos a negociar, aprendizaje que va a contribuir decididamente a que el adolescente llegue a desarrollarse como un adulto pleno.