Una ventana abierta a la Psicología del cambio interior desde la mirada de la terapia Gestalt

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Las metas de la persona asertiva

metas En el último artículo os hablé de lo que significa ser uno mismo. Hoy ampliaré el concepto de asertividad y las metas que tendremos que alcanzar si queremos poner en práctica este estilo de comunicación. De esta manera iré desgranando este tipo de comportamiento y  las maneras de ir consiguiendo ponerlo en práctica en nuestra vida.

Como os contaba anteriormente, ser asertivo supone expresar mis pensamientos, sentimientos y la forma que tengo de ver el mundo a través de palabras o gestos, de forma tranquila, honesta y apropiada. Al mismo tiempo que quiero conocer los sentimientos, pensamientos y la forma de ver el mundo del otro. Esto implica dos tipos de respeto: el respeto a mí mismo expresando mis necesidades, gestos, ideas,  el derecho a que me respeten y el respeto hacia los demás reconociendo las necesidades, los gustos, las ideas y los derechos del otro.

Comportarse de  esta forma, supone poder decirle al otro: «Esto es lo que pienso. Esto es lo que siento. Así es como veo la situación. Pero estoy dispuesto a escuchar  e intentar comprender lo que  tú piensas,  sientes y como ves la situación».

 LAS 10 METAS DE LA PERSONA ASERTIVA

 1.       SER YO MISMO/A. Esta meta significa: Conocerme profundamente a mí mismo. Aceptarme sinceramente. Valorarme como persona. Y tener un nivel adecuado de autoestima.

2.      SER SINCERO: Vivir en contacto con mi yo profundo. No utilizar justificaciones no auténticas. No utilizar “trampas dialécticas” para salirme con la mía.

3.      ESPÍRITU DE SUPERACIÓN PERSONAL: No creerme que sé  lo suficiente de algo, que ya he logrado el nivel de madurez personal ideal o que ya he conseguido todo a lo que podía aspirar en la vida.

4.      MANIFESTARME CLARAMENTE. Expresar claramente mis: opiniones, gustos personales, necesidades, sentimientos,  aptitudes,  limitaciones…sin miedo a la crítica o rechazo de los demás.

5.      HABLAR CON PRECISIÓN. Esto es: evitar generalizaciones no justificadas. No ser ambigüedades. Utilizar la primera persona  (yo) cuando hable de mí mismo.

6.       PEDIR LO QUE  NECESITO. Formular peticiones claras y razonables. Aceptar al mismo tiempo el derecho de la otra persona a no ver razonables mis peticiones, o a que no quiera o no le parezca posible complacerlas.

 7.        OPONERME CUANDO PROCEDA. No aceptar críticas destructivas o injustas. Rechazar los injustificados “siempre” “todo”, “nada”… que descalifican. Expresar  mi propio  punto de vista sin dejarme  intimidar.

8.      ESPÍRITU CRÍTICO CONSTRUCTIVO. Hacer críticas oportunas, distinguiendo los hechos de las personas. Reconocer también los aspectos positivos de esas personas.

9.      ARMONIZAR GUSTOS E INTERESES. Buscar soluciones originales para armonizar los gustos e intereses propios con los gustos e intereses de los demás. Sin querer dominar y sin dejarse dominar.

10.   ACTUAR RESPONSABLEMENTE. Sentirme responsable de mi propia vida y felicidad: “Yo soy mío”. No justificar mis fallos por lo que otros digan o hagan. Reconocer mis propios errores.

Como veis, el objetivo de la aserción es la comunicación, conseguir respeto, pedir juego limpio y dejar abierto el camino para la negociación cuando se enfrenten las necesidades y derechos de dos personas. Ninguna persona sacrifica su integridad  y los dos conseguiremos que se satisfagan algunas de nuestras necesidades. Si no llegamos a un acuerdo, podremos respetar el derecho que tiene el otro a no estar de acuerdo y no intentaremos imponer nuestras exigencias sobre la otra persona. Finalmente, cada uno podremos sentirnos satisfechos de habernos expresado sinceramente, al mismo tiempo que reconocemos y aceptamos que nuestro objetivo puede no haberse logrado.

La asertividad, la manera de ser uno mismo

asertividad            En anteriores post, os he hablado sobre las diferentes formas de no ser uno mismo a través de los comportamientos: tímido, manipulador y agresivo. Dichos estilos, suponen maneras de actuar no asertivas. En esta entrada empezaré a hablaros de qué significa ser asertivo, cómo se consigue y algunas de las técnicas que se pueden emplear para alcanzar esta habilidad.

Pero antes de nada… ¿qué es la asertividad?. Comúnmente se relaciona con la capacidad para decir NO. Sin embargo, ser asertivo es mucho más que eso. La filosofía asertiva se basa en la convicción de que todos tenemos derechos personales.    Supone expresar mis necesidades, deseos, peticiones… de forma que no violen los derechos de otras personas.  Es atreverse a ser uno mismo,  ser auténtico en las relaciones con los demás y siempre respetar a los otros,  pero sobre todo a uno mismo.

Si queremos ser asertivos hemos de partir de unos presupuestos indispensables. Es importante tenerlos presentes para tener una asertividad auténtica, porque si no correremos el peligro de creer que somos asertivos cuando en realidad somos egoístas, ya que estamos cogiendo de la asertividad solamente aquello que nos interesa. Dichos presupuestos son:

            1.‑ Yo puedo ser yo.  Es decir, parto de que soy valioso, me voy a conceder el derecho a ser yo, a ser como soy, a sentirme cómodo dentro de mí. Voy a aceptar, sin miedos, que soy distinto de los otros.  Y tengo un compromiso contigo porque tú también tienes derecho a ser tú, tú también eres valioso y también mereces la pena.

            2.‑ Yo valgo y soy competente para resolver mis cosas.  Por tanto no tiene que venir nadie a dominarme, a controlarme ni a dirigirme. Y tú también lo eres, y por lo tanto yo tampoco puedo dedicarme a dominarte, a controlarte, a dirigirte o a desconfiar de ti.

            3.‑ Yo merezco ser querido. Es fácil decirlo, pero muchas veces no es fácil de creer. El afirmar esto es lo mismo que pensar que quien me conozca tal como soy, se va a dar cuenta que merezco ser querido. El estar convencido de esto lleva implícito el que yo me acepte tal como soy, aunque tenga que trabajar por ser cada día mejor. Y además es importante también afirmar que tú también mereces ser querido.

            4.‑ Yo soy un ser autónomo e independiente de ti. Tengo un mundo que es mío, sobre el que tengo una obligación y responsabilidad. Tú tienes también el mismo derecho y por eso también eres una persona independiente de mí. No tenemos que establecer lazos de dependencia entre nosotros. A través de esta independencia y autonomía es como hemos de desarrollarnos y crecer.

            5.‑ Es positivo tener límites. Yo tengo límites  y no pasa nada, pero tú también tienes límites y tampoco pasa nada. El establecer límites en nuestras relaciones interpersonales es algo muy sano y que se deriva de que seamos personas autónomas, y a su vez, si los límites son sanos, es algo que nos ayuda a ser autónomos.

            6.‑ Yo tengo necesidades y puedo expresarlas. Y tú también; por eso en la expresión de nuestras necesidades hemos de andar con cuidado para que sólo sean eso, comunicación o expresión de lo que necesitamos, nunca exigencia. Te expreso lo que necesito para informarte y para que lo tengas en cuenta, no para pasarte una exigencia camuflada, y cuando tú me las expresas a mí, yo me siento libre porque tú lo haces respetando mis necesidades.

Como veis, aunque  a veces confundimos ser asertivos con decir todo lo que se me pasa por la cabeza, saber decir NO etc…pero significa mucho más que eso. La persona asertiva se valora, se permite ser ella misma, reivindica sus derechos, pide lo que necesita… y nunca se olvida de que delante tiene a otra persona con los mismos derechos y necesidades que ella. Practicar la asertividad es un hábito que se puede adquirir, en próximos post os daré algunas ideas y os hablaré sobre técnicas que os ayuden a convertiros en un poquito más asertivos.

La agresividad en nuestras relaciones

agresividadLa persona agresiva utiliza la amenaza o el castigo directo para lograr la  sumisión de alguien. Rechaza, ridiculiza y rebaja al otro. Provoca cólera, enfado y deteriora gravemente sus relaciones . Y aunque todos hemos sufrido a alguien así alguna vez, también podremos reconocernos a nosotros  en este tipo de comportamiento.

La agresividad suele darse de forma directa y explicita, pero a veces no es así. Existe un tipo de comportamiento que es quizás el más destructivo de todos, la agresividad pasiva. Se trata de un tipo de comportamiento encubierto, en oposición al abierto que suele ser bastante evidente. Muchas veces se da a través de lo que se denomina “soltar indirectas”. No sabemos exactamente lo que está pasando en una situación, pero tenemos la desagradable impresión de que alguien intenta meterse con nosotros.

La agresividad pasiva puede surgir casi enseguida, o puede aflorar mucho más tarde de lo que surgió el motivo de conflicto, incluso a veces, puede parecer no guardar relación con el suceso original. De ahí la dificultad en reconocerlo, pues no se relaciona con algo directamente.

En general, este tipo de comportamientos, tanto pasivos como directos,  pueden ser efectivos para conseguir un objetivo, ya que provocan miedo en los demás y les lleva a someterse. Pero también, pueden producir cólera en los demás, que reaccionarán y devolverán con respuestas agresivas. La persona agresiva se encuentra frecuentemente sola y deprimida, además suele enmascarar bajo sus embistes, un gran  complejo de inseguridad.

La agresividad ocasional no ocasiona daños duraderos, además todos la sufrimos alguna vez. Pero las personas que viven eternamente enfadadas, verán con el tiempo los estragos de su ira. Ya que ésta sostenida durante mucho tiempo, mantiene el cuerpo en un estado constante de emergencia. Las funciones corporales regulares, tales como la digestión, la purificación de la sangre de colesterol, pueden ser retrasadas. Contribuye al desarrollo de una gran variedad de enfermedades: trastornos digestivos, hipertensión, enfermedad cardíaca, susceptibilidad a las infecciones, erupciones, dolores de cabeza, etc.

A nivel personal los efectos suelen afectar, principalmente, en las relaciones con los demás. Una amistad que se enfría. Problemas en el trabajo. Un matrimonio que se convierte en un infierno… Las personas agresivas son tratadas como un revolver cargado.

Todos solemos enfadarnos de una forma u otra, pero ¿cómo se produce la chispa que enciende nuestra ira? Suele comenzar con la aparición de una situación estresante, o que consideramos estresante. Aunque ésta no es una causa suficiente para que la agresividad aparezca. Se necesita la compañía de pensamientos activadores de agresividad para convertir el estrés en ira. Estos pensamientos suelen ser:

  • Culpabilizadores hacia los demás como: «tú deliberadamente me hiciste… “Esta forma de pensar nos hace sentir que somos dañados intencionalmente por el comportamiento equivocado del otro, sin valorar sus propias razones para hacerlo.
  • Moralizadores como: «tú no deberías tener… o deberías hacer… “Lo que supone esto es que los demás deberían saber cómo actuar correctamente y, en cambio, no cumplen las reglas de lo que nosotros consideramos razonable.

Ambas clases de pensamientos activadores tienen, como una creencia central, una percepción de la otra persona como mala, injusta y merecedora de castigo. Y solo valoran la situación desde su punto de vista, sin pensar por un momento que tal vez no tengan razón y el otro tenga sus propios motivos.

La ira es un proceso que incrementa su intensidad en espiral, cuando llega al punto álgido provoca una explosión. Cuando alcanza tal intensidad, es casi imposible actuar o pensar productivamente, porque nuestros pensamientos, cuerpo y comportamientos se apoyan mutuamente pa­ra producir un estado de furia. Así quedamos atrapados en nuestra propia ira.

De lo que se trata, pues, es de evitar la trampa de la ira. Esto lo podemos conseguir con una técnica llamada Suspensión Temporal. Consiste, a grandes rasgos, en aislarse inmediatamente de la situación que  nos hace “saltar”. Esta práctica evitará que la excitación fisiológica se intensifique y, al mismo tiempo, nos ayu­dará a evaluar de nuevo la situación. En otras palabras, se trata de apartarnos de la situación para, transcurrido un rato, lograr enfriarnos y  poder valorar la situación de manera más racional.

Hay situaciones y temas que nos excitarán tanto que no nos sea posible volver a abordarlos con calma al cabo de un rato. En estos casos, nos tomaremos unas horas, o incluso algunos días, si fuera necesario. Sin embargo, deberemos volver a la situación, pues esto nos dará la oportunidad de enfrentar la situación y reforzar la confianza en nuestra habilidad para responder a futuras provocaciones. Cuando volvamos a la situación, es también importante que empecemos a fomentar la confianza entre las personas implicadas.

Reconstruir esa confianza significa invertir nuestro tiempo y energía. Hacer una o dos Suspensiones Temporales no significa que todo esté bien, sino, sencillamente, que la ira está bajo control. Desarrollar la paciencia, concentrarnos en identificar la ira y utilizar las Suspensiones Temporales, supondrán el primer paso del proceso hacia la comunicación sana y asertiva.

Durmiendo con mi enemigo

manipulaciónLa mayoría de  nosotros hemos tenido alguna relación tóxica o destructiva a lo largo de nuestra vida. Sin embargo, no siempre hemos sabido reconocerla a tiempo ni frenar lo que nos estaba sucediendo. Tal vez teníamos al enemigo  más cerca de lo que pensábamos . Probablemente este se escondía tras la máscara de la seducción, llevándonos a su terreno y haciendo de nosotros una marioneta que manejaba a su antojo. En estos casos, seguramente nos encontrábamos frente a un manipulador en toda regla.

Este tipo de personas “pocas veces dicen lo que piensan, pero siempre piensan lo que dicen”. Escuchan mucho al otro pero casi nunca hablan de sí mismos, son muy suspicaces y desconfiados.

Manipulación es intentar que los demás hagan lo que uno quiere. Nada tienen que ver la manipulación con la petición. Cuando una persona nos pide algo directa y claramente, nos está dando la oportunidad de decir no, de pensar o actuar de modo distinto al suyo, si es que así lo deseamos . Sin embargo, cuando alguien nos manipula, lo hace para que no podamos negarnos a su petición ya que si lo hacemos podemos encontrarnos con “represalias”, enfados o reproches por parte de este.

Lo cierto, es que pocos expresamos de forma clara y directa lo que necesitamos. Entonces, ¿cómo saber si tenemos un manipulador cerca? Lo difícil es reconocerlo, ya que si el que manipula es bueno, este es su cometido, no ser descubierto.  A pesar de esta dificultad, algunas claves que nos pueden ayudar a descubrir a la persona manipuladora son:

–         Siempre intentan controlarte (no habla abiertamente de lo que quiere)

–         Suelen ignoran tus protestas o tus preferencias (no le importo)

–         Tratan de hacerte ver que sus motivos son mejores en cualquier decisión

–         En cualquier conflicto eluden su responsabilidad en el problema (te hacen ver que es cosa tuya)

En realidad, este “encantador de serpientes” es una persona con muy poca tolerancia a la frustración, más bien no pueden soportar la frustración. Si se siente descubierto en sus maniobras y en sus intenciones, se suele mostrar ofendido y refugiar en la indignación exagerada. Con lo que en vez de reconocer su actitud, y disculparse, adopta el comportamiento agresivo, logrando generar grandes sentimientos de culpa en el otro.

Aunque a veces parezca increíble, alguien no puede manipular si el otro no hace de víctima. Es importante que nos demos cuenta que la manipulación es algo parecido a un juego, que debemos saber frenar. Ya que la victima cuando es manipulada, generalmente se siente muy incómoda y violentada. En este tipo de relaciones aparecen muchos reproches, hasta que finalmente la relación se deteriora tanto, que o se sale de ella, o se vive siempre sometido.

Los buenos manipuladores, reconocen a esas personas vulnerables a sus artimañas, y suelen rodearse de ellas.  Si nos encontramos en alguna situación así y no sabemos cómo salir de ella, tal vez una manera de hacerlo pueda ser empezar a reconocer en uno mismo, algunas actitudes que fomentan el comportamiento del otro. Porque como popularmente todos sabemos, “el manipulador no manipula si la víctima no le deja”.

Las personas más susceptibles de caer en las redes de estos comportamientos tan dañinos son aquellas que sienten:

–         Mucha necesidad de aprobación

–         Mucho miedo a la cólera

–         Mucha necesidad de que haya paz al precio que sea

–         Tendencia a asumir mucha responsabilidad sobre otros, ir de Salvador

–         Alto nivel de dudas sobre sí mismas

Por tanto, si queremos lograr vencer a estos “vampiros emocionales”, debemos aprender a soportar el miedo al rechazo, aceptar el enfado del otro, entender cuando nos digan “no”, no tratar de evitar el conflicto y saber “coger el toro por los cuernos si sucede”, reclamar nuestros derechos y tener seguridad en nosotros mismos. En definitiva, aprender a desarrollar este tipo de comportamiento, que desde la psicología conocemos como,  “asertividad”. Aunque sobre esta, hablaré más extensamente próximamente en este blog.

¿QUÉ ES LA EMPATÍA EN REALIDAD?

EMPATIATodos hemos oído hablar de empatía alguna vez, pero no solemos tener claro el concepto y tendemos a confundirlo con otras cosas. El significado más conocido es: “capacidad de ponerse en el lugar del otro”, de calzar los zapatos del otro, de ponerse en su pellejo, de mirar a través de sus ojos. Sin embargo, no terminamos de comprender en toda su plenitud lo que supone ser una persona empática.

Comunicarnos de forma empática significa escuchar a la otra persona hasta el final y después hacerle saber lo que crees que ha dicho. Si le hemos entendido, la otra persona tendrá la grata sensación de haber sido comprendido. Si no acabamos de entender lo que quiso decirnos, nuestra información le dará otra oportunidad para explicarse.

La empatía solo se hace posible si en ese momento la persona que está escuchando deja a un lado sus preocupaciones, puntos de vista y los propios valores para entrar en el mundo del otro sin ideas preconcebidas, quedandose en blanco y siendo capaz de vaciarse para llenarse del otro. Ser empático es tremendamente difícil porque implica renunciar a las ideas propias, al modo de pensar, de ver las cosas y de enfocar la vida, al deseo de  imponerse, a los prejuicios e inseguridades, etc, con objeto de comprender auténticamente al otro en todas sus dimensiones.

Gracias a la empatía el otro se siente libre porque no se percibe criticado, evaluado, ni juzgado. La otra persona aprecia que se le permite sentir lo que siente y esto hace que vaya expresando sus sentimientos cada vez con más libertad y sin miedos, lo que le va a generar cada vez una mayor sinceridad e implicación para ir descubriendo su mundo íntimo.

La simpatía es “sentir con”. Es sentir  lo mismo que el otro. Cuando siento simpatía hacia alguien me meto en su problema y lo hago mío, lo que resulta negativo ya que si el otro está triste o alegre, yo también tengo que estar triste o alegre. Confundimos simpatía con empatía porque decimos que somos “empáticos” cuando en realidad somos “simpáticos” con los demás, ya que hacemos nuestros los problemas de los demás sin establecer correctamente los límites entre ellos y nosotros.

En cambio, la antipatía significa “sentir contra” el otro. Puede ser que no nos guste una persona porque piense y actúe de forma contraria a la nuestra o porque nos ponga de los nervios. Por eso a veces podemos sentir un rechazo hacia otras personas sin saber conscientemente por qué. Si nos dejamos llevar por la antipatía nunca podremos meternos en el mundo de la otra persona, lo que nos va a incapacitar para comprenderla y ayudarla.  

Frente a las anteriores, la empatía supone “sentir en, sentir desde dentro”. Es como ser la otra persona pero sin perder nunca de vista el “como si…”, ya que en realidad no somos la otra persona. La empatía trata de ponernos en “el lugar del otro”, meternos dentro de su piel para intentar comprenderlo, pero siendo conscientes que el problema o los sentimientos no son nuestros sino del otro.

 Algunas formas de mostrarse empáticos pueden ser:

  • Prestar atención a lo que la otra persona dice.
  • Aceptar los sentimientos de la otra persona, los positivos y también los negativos.
  • Escuchar sin ofrecer consejo, sólo escuchar de manera activa.
  • Escuchar sin demostrar acuerdo o desacuerdo de forma inmediata.
  • Darse cuenta de lo que dice la otra persona y de cómo se siente.
  • Escuchar sin forzar demasiado los sentimientos.
  • Respetar la necesidad que el otro tiene de hablar de sus problemas.

Ser empático es muy parecido a ser  sensible. Sensibilidad significa responder afectiva y compasivamente a los sentimientos de los otros. No significa estar convencido de que ya sabes lo que van a decir, sino más bien interesarte y abrirte lo suficiente para descubrirlo. Es utilizar el conocimiento que tienes de otra gente para comprender su perspectiva y respetar su forma de ser.

La empatía se convierte en una de las cualidades indispensables para una comunicación positiva y su desarrollo está en relación directa con la capacidad de amar que tengamos. Cuantos mayores sean el amor y el respeto, mayores posibilidades existen de practicar la empatía y lograr una comunicación afectiva plena y gratificante.

En un momento social como el que vivimos, en el que las nuevas tecnologías de la comunicación pueden nublar la posibilidad del encuentro entre las personas y lo individual está por encima de lo grupal, practicar la empatía mejora la calidad de nuestras relaciones personales y puede hacernos sentir más plenos y satisfechos con nosotros mismo y en consecuencia con los demás.

¿TODOS SOMOS NEURÓTICOS?

 

woody

El término neurosis fue propuesto por el médico escocés William Cullen en 1769 en referencia a los trastornos sensoriales y motores causados por enfermedades del sistema nervioso. En psicología clínica, el término se usa para referirse a trastornos mentales que distorsionan el pensamiento racional y el funcionamiento a nivel social, familiar y laboral adecuado de las personas.

Nadie es perfecto, todos tenemos zonas erróneas. Algo que nos sobra o algo nos que falta. Los errores los cometemos porque no tenemos toda la capacidad ni toda la información para cambiar las cosas. En relación al medio en el que crecemos asimilamos cosas y nos descubrimos a nosotros mismos. Pero cuando nos bloqueamos, cuando interrumpimos ese desarrollo en cuanto que proceso natural, comienzan los problemas.

La visión clínica de la enfermedad está orientada hacia la lógica de la propia enfermedad en vez de apuntar hacia la lógica de la salud, lo que nos conduce a mirar qué está mal. Pero no debería ser así, pues las personas ya somos conscientes de nuestras dificultades, de lo que no hacemos bien, pero no tenemos idea de lo que sí hacemos bien y nos ha permitido sobrevivir. Es por eso que tenemos que hacer énfasis en lo que está «sano», en lo que es «salud».

Para poder reconocer que estamos enfermos debemos ser muy sanos. Llegar a este punto de aceptación de uno mismo es un gran paso para cualquiera que busque mejorar su vida.

La neurosis para la Gestalt no es una enfermedad. Es una forma de ser, de estar en el mundo. Es una forma de existir. No tenemos una neurosis, somos neuróticos. No existen las neurosis, existen los neuróticos.

En la concepción gestáltica la neurosis es la máxima riqueza de una persona y al mismo tiempo su máxima pobreza. Máxima riqueza porque es la forma en la que logramos sobrevivir a lo largo de la historia de nuestra vida, los recursos aprendidos para salir a flote. Pero también es nuestro mayor límite porque impide vivir plenamente nuestra vida, nos bloquea y paraliza ante diversas situaciones.

Lo que hay que hacer con nuestras neurosis es desestructurarlas y volver a estructurarlas, coger sus piezas y volver a montarlas de distinta manera, variar la figura de acuerdo al orden que demos a las mismas. Es decir, hemos de aprender a utilizar nuestras virtudes y defectos a nuestro favor y no en contra nuestra. Si lo que hemos estado haciendo hasta ahora no nos sirve, la estrategia debe cambiar.

La cura estaría no en hacer algo sino en dejar de hacerlo. Dejar de hacer aquello que repito día a día. Esa piedra con la que tropezamos de nuevo, no es otra que nuestra neurosis.

El comportamiento neurótico es totalmente predecible. Al estructurar un carácter vemos y repetimos siempre las mismas cosas. Nuestra identidad se va conformando a través de una discriminación dinámica del «yo» – «no-yo».

La neurosis nos permite ser irresponsables en tanto que alienamos parte de nuestra personalidad, diciendo cosas tales como: «yo soy así»; «quiero, pero no puedo», etc. Siempre hay una razón para que sigamos manteniendo el modelo neurótico de persona que somos. Y así las resistencias nos estancan porque queremos y no queremos al mismo tiempo. Pero no podemos volver a la situación original ya que ella no existe y, además, hemos hecho un sinnúmero de cosas que me han ido convirtiendo en lo que hoy soy.

En toda neurosis que no cambiamos,  detrás hay una ganancia secundaria. Algo que obtenemos de ese comportamiento del que aparentemente queremos deshacernos, pero que nunca dejamos de repetir. Cuando existe repetición seguramente existe cierto beneficio para la persona a pesar del sufrimiento que conlleva. Con nuestra neurosis unas veces conseguimos la atención que necesitamos, el cariño reclamado, la excusa perfecta para no atrevernos a cambiar cosas que tanto tememos, evitamos el esfuerzo por lograr objetivos…otras veces es la forma de castigo que nos autoimponemos cuando no nos creemos merecedores de algo.

Un paso terapéutico importante es el de llegar a conocer la intencionalidad de la conducta, en tanto que toda conducta tiene un significado, ya sea consciente y/o inconsciente. Decía Fritz Perls, padre de la terapia Gestalt, que todo paciente viene a terapia no a curarse sino a confirmar su neurosis.

En definitiva, partiendo de la idea de que en realidad todos somos neuróticos podemos cambiar las cosas. El primer paso para poder alcanzar nuestro equilibrio es empezar a darnos cuenta, aceptarnos como somos y no evitar mirar la realidad. En ocasiones la terapia es la mejor manera de hacerlo. Hacer terapia no supone necesariamente estar en situación de crisis, se puede utilizar para poder mejorar ciertos aspectos de nosotros mismos. Porque sin dejar de ser nosotros mismos, todo es mejorable.

Psicología positiva

imageEpicteto hace 19 siglos enseñó a los romanos lo siguiente: “No hay más que un camino que conduce a la felicidad y consiste en dejar de preocuparse por las cosas que se encuentran más allá de nuestro control”

Existen múltiples “cosas” que ocupan nuestro pensamiento, que nos preocupan a lo largo y ancho del día. Las preocupaciones suelen estar centradas sobre el pasado (lo que hice, hicieron, o dejaron de hacer) o sobre el futuro (“Y si…..”) ambos escapan a nuestro control, el pasado porque ya no se puede cambiar y el futuro porque no sabemos cómo vendrá. Y esto nos distrae del presente que, al fin y al cabo, es lo único que tenemos. Este darle vueltas a la cabe  nos puede llegar a hacer profundamente infelices y desaprovechar lo que en cada momento, cada persona, cada día nos ofrecen. Y también desaprovechar todo aquello que nosotros podemos ofrecer, esa gran riqueza que todos tenemos.

Es sumamente importante enseñar a las personas a vivir de forma más funcional, más adaptada a la realidad, más positiva, sabiendo aprovechar y disfrutar de sí mismas y de lo que les rodea. Y lo que hacemos para que las personas lleguen a estos objetivos es ayudarles a desarrollar tantas cosas positivas, tantos aspectos de sí mismas que, muchas veces, tienen sin descubrir. Todos tenemos capacidad para cambiar y evolucionar, para desarrollarnos y ser más felices. Lo que ocurre es que nadie nos ha enseñado, ni siquiera en la escuela cómo vivir de forma positiva. Epicteto decía: “No son las cosas mismas las que nos inquietan sino las opiniones que tenemos de ellas”. Ortega y Gasset decía: «las cosas son según el cristal con que se miren». Y lo que ocurre es que muchos cristales de muchas personas están sucios, y, entonces pensamos que son las cosas, la gente, la que está mal, y resulta que son mis gafas las que están sucias…

Porque hay que ver lo mucho que nos podemos fastidiar la vida a nosotros mismos sólo con nuestros pensamientos, sin hacer nada más, hasta el punto que yo me atrevería a decir que “la calidad de nuestros pensamientos determina la calidad de nuestras vidas”. Os sonarán frases como estas: “Estoy rendida pero no puedo relajarme porque aún tengo que fregar los cacharros de la comida”. “Tengo la sensación de que he perdido mi vida. Todo ha sido un desastre”, “Este hijo mío me lleva por la calle de la amargura, tú te crees que dedicarse a tocar la guitarra eléctrica”. Estos pensamientos nos hacen daño ¿verdad?, no nos dejan vivir en positivo. Lo que nos gustaría es no estar tan cansadas, que la vida hubiera sido mejor, que mi hijo haga lo que yo considero como más positivo para su vida, pero ¿cuántas de estas cosas están en nuestras manos? (preguntarles sobre ello) . Quizá lo más importante es saber distinguir aquello que depende de mí y aquello que no. Ante lo que no depende de mí tengo dos opciones: darme una y otra vez contra el mismo muro, o bien cambiar mi perspectiva de las cosas.

Para alcanzar la solución a estas cuestiones, yo propongo dos vías:

  • La psicoterapia, tanto individual como grupal
  • Los talleres o cursos