Una ventana abierta a la Psicología del cambio interior desde la mirada de la terapia Gestalt

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Qué es el matenity blue o síndrome del tercer día

maternidad1Hola a todos!! después de unos meses ocupada en otros proyectos, vuelvo a estar con vosotros con este nuevo post acerca de la maternidad, a colación de mi colaboración con Albamatrona, centro de atención a la mujer en Albacete. Espero que os guste y que no tarde tanto en volver a traeros cosas interesantes sobre los procesos psicológicos.

Has dado a luz recientemente, y aunque estabas deseando ser mamá, con la llegada de tu hij@ , en lugar de sentir esa ansiada felicidad, te sientes apática, triste, sin ganas de nada, incapaz de disfrutar… Tal vez estés experimentando algo parecido, pero no sabrías explicar bien lo que te pasa. No te preocupes, es algo muy normal, y tiene un nombre, Maternity Blue o síndrome del tercer día.

¿Qué es el Maternity Blue? Es la alteración del estado de ánimo que se produce en el posparto. También se le llama síndrome del tercer día porque esta alteración suele producirse 3 o 4 días después del nacimiento del bebé, soliendo desaparecer espontáneamente poco tiempo después, con una duración aproximada de1 a 3 semanas.

¿Porqué se produce? Porque cumple un fin, el de equilibrar este cambio definitivo en tu vida, que no solo transformará tus prioridades, valores, horarios, y hasta tu casa…y también te asignará un rol diferente: el de madre. Tener hijos supone la obtención de grandes satisfacciones, y al mismo tiempo, la experiencia de la pérdida de algunas otras. El proceso de asimilación de todos estos cambios, a veces conlleva la aparición de pequeñas, o grandes, crisis, y esta pude ser una de ellas.

¿Cómo se manifiesta? Los síntomas afectivos de esta alteración suelen ser: tristeza, irritabilidad, apatía, llanto, ansiedad, dudas, pensamientos negativos sobre la crianza del bebé “NO DEBERÍA SER….” “TENDRÍA QUE…” etc. que pueden variar en forma e intensidad de una mujer otra. pudiendo desembocar en algún trastorno mas grave, aunque, lo normal es que desaparezcan en unos días.

A pesar de que sea un proceso de psicológico natural, por la adaptación a la nueva situación, en algunos casos, podría agravarse. Esto va a depender de ciertos antecedentes personales, el tipo de personalidad, la red de apoyo social que se mantenga, la existencia o no de trastornos psicológicos anteriores…, y finamente desencadenar en un trastorno más grave. Por todo esto, si estas manifestando estos síntomas, necesitarás cierta vigilancia ya que si se alargan, tal vez requerirán el tratamiento psicológico o psiquiátrico adecuado.

¿Es igual a la depresión postparto? La respuesta es no. Una diferencia importante con la depresión es que durante este periodo la reciente madre puede continuar con su vida cotidiana, ya que no le suele interferir demasiado, ni le incapacita para realizar las actividades normales. Otro de los aspectos diferenciadores es que no se requiere medicación psiquiátrica. Y sobre todo, la duración. Ya que la depresión postparto suele aparecer a las 2 o 3 semanas, tras el nacimiento del bebé. Siendo su duración media de 3 a 6 meses aunque a veces puede alargarse si no se recibe ningún tratamiento.

Si estas pasando por esta situación: vívela como un proceso necesario, permítete expresar lo que necesites, sentir estas emociones, rodéate de cariño, pide ayuda si la necesitas, compártelo con las personas a las que quieres…etc,y comprobarás como en unos días empezarás a vivir tu maternidad con la alegría y felicidad esperadas.

Los adolescentes y el uso de las nuevas tecnologías

jovenes y el uso de las nuevas tecnologíasLos padres que vienen a terapia familiar, suelen hacerme muchas preguntas sobre el uso correcto que sus hijos pueden dar a Internet, redes sociales, teléfonos móviles o las nuevas tecnologías en general. Lo cierto, es que actualmente se considera muy normal el uso de estas para relacionarnos con los demás. Por tanto, es muy difícil establecer un límite entre el uso sano y el abuso, y aun más cuando hablamos de adolescentes, para los que todo suele estar tan polarizado.

Como en casi todo, estas nuevas tecnologías tienen sus pros y sus contras.

Algunas de las ventajas son: que uno puede mantener a los amigos que se van a vivir a otra ciudad, de esta manera la separación no es tan traumática. Los padres que se separan, pueden comunicarse con más facilidad con el hijo a través de este medio. El chat ayuda a introducir a los nuevos amigos  de donde uno vive. También ayuda a que los jóvenes queden para salir. Al principio favorece al tímido el poder contactar con los demás. Es más barato. Permite conocer otras culturas, incluso aprender otros idiomas, establecer vínculos de distinta calidad e intercambiar música, fotos etc.

Las desventajas: supone una forma de perder el tiempo sin control, no es recomendable más de una hora al día. Es peligroso, porque se puede contactar con personas con malas intenciones. Provoca cierta adicción, los padres deben vigilar que su hijo tenga una vida normal en la que el chat esté incluido pero que no sea lo único. No se debe cambiar los amigos de carne y hueso por los del chat. Y estar pendientes de si se encierran muchas horas seguidas en su habitación y se aíslan.

Internet es un reflejo de cómo se dan las relaciones entre las personas actualmente. Las redes sociales ofrecen gran expansión geográfica y cantidad de relaciones. Esto ocasiona en los jóvenes  una enorme sensación de omnipotencia, ya que uno abarca la mitad del mundo y “todo lo puede”.  Narcisismo, porque todo gira en torno a sus necesidades y deseos. Y aislamiento, ya que el joven tiene más relación de esta forma que en persona.

Delante del ordenador o teléfono móvil, lo individual prima sobre lo grupal, cuando en la adolescencia debería ser justo todo lo contrario. Si un chico prefiere hablar con sus amigos en persona todo va bien, púes esto ayuda a mantener relaciones, crear sensación de pertenencia, integración etc…sin embargo, si es al revés será un problema.

Todo adolescente está en un momento en el que los amigos son lo más importante para él. Su gran necesidad es ser entendido, respetado y aceptado por el grupo de iguales, y en consecuencia, separarse de la generación anterior a ellos, la de sus padres. Las nuevas tecnologías ayudan a su adaptación. Sin embargo, al mismo tiempo que facilitan la relación y comunicación con sus amigos, también la bloquean porque en algunas ocasiones el joven prefiere el contacto virtual sobre el real. En las relaciones cara a cara se encontrarán más amenaza, ya que no pueden mentir, ofender o herir bajo la máscara del anonimato… y por supuesto, no pueden apagar cuando quieran.

Los padres deben tratar de controlar el uso que sus hijos dan a estos medios. No superar el tiempo máximo  frente al ordenador, móvil … Como he mencionado antes, no más de una hora al día. Aunque este tiempo variará en función de la edad del joven y su comportamiento. Se puede utilizar como una recompensa si ha realizado todas sus tareas correctamente. El resto del tiempo para un adolescente debe ser el de ocuparse de sus tareas, jugar con sus amigos, pelearse con sus hermanos y cualquier cosa que suponga relacionarse y hacer una buena gestión del tiempo. Es cierto, que cuando están distraídos nos hay peleas, y que para algunos padres el rato que están enganchados supone un remanso de paz. Sin embargo, aquello que es cómodo para los padres no suele ser lo mejor para los hijos.

Los adolescentes suelen reclamar su propio espacio e intimidad, en cierto modo esta búsqueda es normal y les ayudará a realizar la aproximación al mundo del adulto. Sin embargo, aunque ellos se sientan muy maduros y capaces, los padres no deben dejar de velar por su seguridad, ya que aun no están listos para realizar un filtro de lo que puede ocasionar un peligro para ellos y lo que no. Por esta razón, sugiero que el ordenador nunca este en la habitación del joven. Es mejor ponerlo en un lugar visible en el que los padres puedan pasar de vez en cuando y mirar. Si se molesta porque le estáis controlando, no pasa nada, pero tiene que comprender los riesgos del uso de Internet y vuestra función protectora como padres. Mientras el adolescente chatee con gente que conoce, no pasa nada. Se debe estar pendiente especialmente de si habla con adultos o desconocidos. Y al mismo tiempo, deben observar si los jóvenes salen, si van con amigos o si no hablan o no se comunican. En estos  últimos casos los padres deben actuar directamente.

En cuanto al uso del móvil también debemos ser precavidos. El niño menor de 12 años no sale solo a la calle y por tanto no necesita móvil, aunque tengan todos los amigos. Existen otros medios para que se comunique con ellos. Debemos enseñar a los hijos que no pasa nada porque no tengan todo lo que quieren, la frustración les enseñará mucho más que recibir todo sin discriminación.

Y recordad que todo padre tiene derecho a controlar a su hijo, es algo normal y necesario. “La libertad de un hijo empieza cuando cumple sus responsabilidades”.

Tener un hijo adolescente… y no morir en el intento

conflictos con adolescentesEn algunos libros de psicología se puede leer que la palabra adolescencia proviene de la palabra adolecer, que equivale a “sufrir” o “padecer”. Otras fuentes  relacionadas con la lingüística afirman que su origen está en el verbo latino adolescere, que significa “comenzar a crecer”. Sea cual sea su etimología, lo cierto es que la adolescencia es un período comprendido entre la infancia y la edad adulta en el que el adolescente tiene que sufrir como forma de crecimiento.

El sufrimiento forma parte de la vida. Pero a veces surgen problemas cuando los padres intentan evitar todo sufrimiento a sus hijos. Los adolescentes viven una etapa de cambios, generalmente no saben lo que les pasa y se pueden descontrolar. Esta situación produce agobio en los padres, que van a intentar resolver cualquier problema de sus hijos y puede convertirlos en unos insatisfechos y consentidos.

Se ha confundido el no querer ser autoritario, como los padres de generaciones anteriores, con no poner límites. Los padres de ahora creen que todo está bien, permiten casi todo y para ellos no hay problemas. Todo se comprende y todo se disculpa.

Poco a poco, los padres se acostumbran a flexibilizar sus normas y a ampliar los límites que ponen a sus hijos adolescentes. La mayoría de las normas que ponen los padres se centran en las notas, con la diferencia de que los padres de antes se angustiaban con dos suspensos y ahora tienen que ser diez para que sea un problema. Precisamente el adolescente usa las notas para fastidiar a sus padres, que no le riñen porque creen que lo van a frustrar.

Un padre no debe evitar la frustración de su hijo, porque la frustración es una fuente de aprendizaje. Los adolescentes de hoy en día obtienen todo de manera rápida y cómoda, no tienen que esforzarse apenas. Su vida es muy estable. Por eso cualquier contrariedad les desestabiliza y angustia mucho. Los padres se agobian al ver a su hijo en aprietos, no lo pueden soportar e intentan evitarlo a toda costa.

Lo primero a trabajar con los padres son las normas y reglas que les ponen a sus hijos. Para ello es fundamental que la pareja esté de acuerdo en los límites que marcan a sus hijos y que conozcan la razón por la que ponen una norma. De este modo cualquiera de los dos podrá explicar a su hijo el porqué de una regla impuesta.

Otras veces los padres temen que su hijo se enfade y monte el “pollo”. Por eso los adolescentes deben ver que sus padres no le tienen miedo y están de acuerdo entre sí. Las normas que se les pongan deben ser seguras, claras y ante todo coherentes con las que siguen los propios padres. El mayor error que se puede cometer en la educación de un hijo es el de dar mensajes contradictorios o incoherentes, ya que el adolescente aprovechará la situación para manipular a sus padres y lograr de ellos todo lo que quiera.

En ocasiones se ponen normas que se rompen con facilidad. Esto sucede por ejemplo cuando los padres llegan del trabajo tan cansados que no tienen fuerzas para ponerse a pelear y ceden a la presión de sus hijos. Educar es una tarea agotadora, pero los padres deben estar ahí y aprender a soportar la presión.

Hay que ser consciente de que algunas de las normas puestas por los padres no se van  a cumplir cuando los hijos estén con otros cuidadores como abuelos, tíos etc.  Por eso hay que ser flexible ya que las normas las deben hacer respetar los padres. Algo que funciona es buscar normas básicas que se puedan llevar a cabo. De este modo podemos distinguir entre las normas que se pueden cumplir cuando los hijos estén con otras personas y aquellas que solo se pueden llevar a cabo con los padres. Con frecuencia el mecanismo de control son los padres y madres y cuando no están es el momento de hacer algo distinto.

Los jóvenes, por naturaleza, tienen la necesidad de trasgredir las normas. Se rebelan cuando se les dice no a algo. Por eso, cuanto más facilidad tengan para hacer cualquier cosa, mayor será el límite que romperán. No se trata poner normas muy duras imposibles de cumplir. Tampoco de no poner normas aceptando el hecho de no van a cumplirlas. Los hijos deben tener una cierta cuota de libertad delimitada por unos límites marcados por los padres. La norma hay que ponerla aunque luego se la salten, algo útil sería poner la norma y un poquito más para que la luchen. La función de los padres es pelear para que se cumplan las normas. Una buena estrategia puede ser la de prohibir cosas absurdas y sin importancia para que el adolescente sienta que está rompiendo normas.

Por último, quiero señalar que el establecimiento de ciertas normas puede estar sujeto a la negociación entre padres e hijos, teniendo en cuenta que nunca será una negociación entre partes iguales; los padres deben poner límites al proceso negociador. Si ante la situación de negociación el adolescente intenta manipular, amenazar con insultos, presionar gritando etc, los padres deben concluir el proceso y postergarlo hasta un momento en el que el hijo esté más calmado y entienda la actitud de negociación. Como los jóvenes de ahora no están acostumbrados a tolerar la frustración, no saben negociar ya que esto supone hablar en un tono calmado, controlarse y escuchar a la otra parte. Los padres también tienen la tarea de enseñar a sus hijos a negociar, aprendizaje que va a contribuir decididamente a que el adolescente llegue a desarrollarse como un adulto pleno.

LA CRISIS DEL ADOLESCENTE

adolescentes¿Qué ocurre hoy en día con la crisis en la adolescencia? Cada vez aparece más temprano y deja a los padres más desvalidos. Hay que recordar que la adolescencia no es una enfermedad, sino un pasaje que lleva al niño a ser un adulto. Una etapa de la vida que a pesar de las tormentas y la intemperie nos permitirá descubrir un mundo nuevo. Mientras dure el viaje el joven protestará, pondrá mala cara, estará deprimido, asustado…y de golpe ya no tendrá miedo de nada.

A menudo los padres se encuentran desarmados frente a ese hijo al que ya no saben cómo hablar. Si la adolescencia es precoz hoy es porque la educación y cuidados que reciben los hijos son diferentes.

Actualmente el bebé es una “persona”. Hay que dejarle la palabra, explicarle las cosas los adultos, responsabilizarlo muy pronto, pues creemos que debemos hacer todo lo que podamos para que alcancen la plenitud lo más pronto posible.

Esta precocidad está relacionada con la “infantilización” de los padres. Los niños se convierten en adultos muy temprano y los adultos siguen siendo niños por más tiempo. Los niños se encuentran colocados por los padres en un lugar de amigos y confidentes, por lo que deberán despegarse de ellos más brutalmente llegada la adolescencia. Asimismo los demasiado mimados o adulados por el padre o la madre, atravesarán un momento muy violento para por fin despegarse de ellos y dirigirse hacia los otros. Esta agresividad será inevitable y sin duda muy dolorosa para los padres que siempre hicieron todo para sentirse queridos por sus hijos. Cuanto más permisivos estos, más  intentarán  los hijos enfrentarse a ellos buscando los límites. Y tendrán mucha dificultad en identificarse con sus hijos para ponerse en su lugar.

La pubertad modifica la mirada que los padres tienen sobre sus pequeños. Este cambio trastorna a los padres y obliga a los hijos a dejar la infancia. Se trata inconscientemente de una muerte. Su propia muerte, la del niño que fueron, la de sus padres a los que veían cómo ídolos. Los padres en este momento deben tratar de sobrevivir y no dejarse “matar” por sus hijos, sostener su posición y decir lo que piensan.

Si los adultos no oponen resistencia los hijos los verán muy frágiles y volverán su agresividad hacia ellos. La separación de los padres será un momento muy difícil y solo será posible si los padres aceptan ser abandonados. Si los padres sufren por la pérdida, ese sentimiento de culpa se volverá contra su hijo y se convertirá en algo terrible, será invadido por el miedo ya que aún no conoce el lazo entre el amor y el odio, el lugar que ocupa en la sociedad, etc.

Los hijos no necesitan padres compinches, sino adultos que les muestren el camino. Para conservar su lugar también hará falta que ellos hayan superado su propia adolescencia. Los hijos se vuelven locos cuando los padres no logran asumir su posición de adultos. Y hoy los padres no quieren envejecer. El culto a la juventud, les impide ser de otra generación.

La vida actual y la educación hace madurar a los niños más rápido. Los nacimientos de hermanos de que se deben ocupar porque los padres trabajan, los divorcios, las familias ensambladas en las que hay que ocupar pronto un lugar, los llevan a evolucionar más aceleradamente. Razón de más para que los padres no deleguen nada de su responsabilidad en sus pequeños. Dejarlos hacerse cargo demasiado rápido equivale a abandonarlos.

La crisis de la adolescencia es quizá el momento de la vida de un niño que más se cuestiona a los padres de nuestra época. Cuando el joven era niño, estaba adaptado y hacía todo lo que sus padres le decían. Estas crisis constituyen la turbulencia emocional que supone la metamorfosis de la pubertad y que lleva al sujeto a una crisis de desidentificaciones  que cuestionarán todo su ser: quién soy, de donde vengo, adonde voy…

Todo niño pasa por una crisis cuando vive la transición a la adolescencia. Hay algunos aspectos que serán actitudinales y otros que se convertirán en estructuras. Tener malas notas en el colegio es una manera de caer en crisis y los padres generalmente presionarán y no permitirán que eso sea así, por ello uno de los trabajos a realizar con los padres es que ellos mismos busquen y analicen sus propias crisis.

Finalmente, como sugerencia, incito a los jóvenes a atravesar su propia crisis cuando es pertinente, es decir, durante el periodo de la adolescencia. Si no pasa la crisis en esta etapa, seguramente la pasará más tarde, cuando sea adulto y entonces será peor ya que tendrá más responsabilidades, cargas familiares, trabajo etc. Sentar las bases de una buena estructura personal es muy importante en las primeras épocas de nuestra vida, y de la manera en la que las vivamos condicionaremos nuestra manera de colocarnos ante el mundo.  

EL ADIÓS EN LOS NIÑOS

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Generalmente olvidamos o no tenemos en cuenta a los niños en los temas de duelo. No es que nadie se ocupe de ellos, suele ocurrir lo contrario. Pero muy pocas personas se sienten cómodas hablando a un niño de la muerte. Los niños tienen una idea muy diferente de la muerte, y hay que tener en cuenta esto para hablar con ellos y comprender sus reacciones.

 Aunque existe la creencia común de que los niños no se enteran de lo que ocurre a su alrededor cuando sucede la muerte de algún familiar, esto no es cierto. Es verdad que hacia el año y medio de vida es cuando el niño puede conservar por reconocimiento o por recuerdo una figura ausente, antes de este periodo ningún niño suele experimentar anhelo o dolor por la ausencia de un ser querido.

A partir del año y medio el niño vive el duelo con emociones comunes a las del adulto: esperanza de que el ser querido vuelva, ansiedad o miedo por sufrir otra pérdida o por morir él y conductas agresivas hacia los demás o hacía sí mismo.

Sin embargo también hay diferencias, así las manifestaciones externas son más explosivas, incontroladas y llamativas. Aunque cada niño va a reaccionar de una manera distinta ante la muerte, desde retirarse de una forma silenciosa hasta el llanto a gritos.

Otra diferencia es la información que se le puede hacer llegar a los pequeños y que les puede llevar a malas interpretaciones. Muchas personas piensan si no serán demasiado pequeños o si la experiencia será demasiado traumática. Por eso usamos frases para explicar la  muerte que inducen a error como: “se ha dormido”, “está en el cielo»,   “se ha ido de viaje”. Este tipo de frases crean bastante confusión ya que los niños no tienen la capacidad para comprender las metáforas y puede interpretar ese “se ha dormido” como que el acto de dormir es peligroso, por lo que planteamientos como “se ha ido de viaje”, “está en el cielo”, u otros que no entiende, pueden favorecer reacciones insanas.

Es mejor decirle a un niño que alguien ha muerto que demorar la explicación con historias falsas y confusas. El niño debe conocer la verdad de manera sencilla y clara, y se debe responder a sus preguntas con sinceridad y delicadeza. Y si no tenemos respuestas no pasa nada, es positivo que vean que no hay respuestas definitivas ante la muerte.

Como los niños todavía no pueden diferenciar entre el deseo y la acción, a veces pueden llegar a sentir remordimientos y culpabilidad. En algunos casos se pueden llegar a sentir responsables de haber “matado” a la persona querida y pueden creer que tendrán un castigo enorme. En otros pueden tomarse la situación con una calma relativa pensando por ejemplo que “volverá después de vacaciones”. Si los adultos que ya están bastante trastornados en este periodo, no comprenden a los niños, no les explican nada, les regañan o les corrigen, los niños pueden retener y bloquear dentro de sí la pena dando lugar a posteriores problemas emocionales.

Es importante hablarles de la pérdida común y del dolor que sienten todos para que no se sientan solos y sepan que se les comprende. Hablar de la persona que ha muerto con la mayor naturalidad posible es una manera de manifestar que sigue viva en nuestro corazón.

Muchas veces ocurre que los adultos, en nuestro dolor por la pérdida de un ser querido, nos escondemos para que un niño no nos vea llorar o lamentarnos, y así creemos protegerlo. Pero eso es un error.

Hay que dejar que los niños comprendan cómo nos sentimos. Si estamos tristes podemos llorar sin temer que los niños nos vean. No hay que intentar reprimir el llanto, ni fingir que no ha pasado nada, ni hacer creer que la vida no va a cambiar. Es cierto que si nos ven llorar probablemente ellos también lloren, pero eso no va a perjudicarles. Los niños tienen que aprender que las emociones existen y que deben asumirlas. Eso les ayudará a crecer y madurar.

En nuestra sociedad los niños no suelen participar del acompañamiento de sus seres queridos, y por supuesto se les evita estar presentes en el momento de la muerte. Tendemos a retirar a los niños para protegerlos, como si la muerte fuera solamente apta para mayores. Para ayudar a los niños en su proceso duelo es recomendable que participen junto con los adultos en aniversarios, visitas al cementerio y demás celebraciones según sea la costumbre de cada familia. Si la muerte ha sido reciente, es lógico que haya tristeza y lágrimas, pero ir al cementerio no tiene por qué ser un lugar de dolor, puede convertirse en un lugar de recogimiento y de recuerdo del cariño por la persona que murió.

En el adolescente las reacciones son más similares a las de un adulto. La adolescencia ya de por sí es una época difícil y a menudo la pérdida de un padre o hermano se convierte en un peso excesivo.

En cualquier caso, tanto si se trata de niños como de adolescentes, nosotros los adultos podemos ayudarles en sus propios procesos de duelo apoyandoles lo suficiente para que puedan expresar sus sentimientos, ya sean de culpabilidad, rabia, pena o tristeza, de manera natural.

La influencia de los padres en nuestra vida

 

      Los juicios o valoraciones que hacen los padres sobre el niño, éste tiende a captarlos como claves de interpretación a través de los cuales se ve a sí mismo e interpreta la realidad: bueno – malo, listo – tonto, guapo – feo, agradable – desagradable. Los padres a través de esas exigencias-mandatos, consciente o inconscientemente, indican al niño cómo debe de “ser” o cómo debe de “comportarse” si quiere que lo acepten, lo cuiden o le reconozcan.

    Las exigencias parentales son las ideas-fuerza que dirigen y enmarcan el autoconcepto; son “mandatos” secretos que los padres introducen en el programa del niño, sin que él sea consciente de ello. El mandato «sé perfecto «es el más universal y hay que trabajarlo toda la vida. Nunca está todo perfecto, es buscar un imposible. Ser perfecto significa, no sientas, no tengas necesidades… Las personas con este mandato se esfuerzan toda la vida desmesuradamente en todo, la ventaja que obtienen es que generan muchas herramientas personales.

     Los padres son una figura insustituible en la educación de los hijos, por varios factores:

    Porque para su equilibrio psíquico, emocional y sexual necesitan identificarse con los padres, con ambos padre y madre, ya que constituyen un modelo y un referente. Es por ello que el padre no se puede convertir en el gran ausente en la vida de sus hijos delegando todo la responsabilidad de la educación en la madre y solo apareciendo en momentos en los que se sientan queridos y reconocidos por ellos. Los hijos necesitan menos juguetes y menos regalos y más presencia de sus padres. No puede tampoco escudarse los padres pensando que sus hijos reciben la educación en el colegio, pues para eso esta. Pensar así es estar equivocados ya que las figuras más importantes para los niños son los padres pues son los que los van a cuidar y a los que van a imitar, por ello todos los padres deben estar atentos a cualquier cosa que trasmitan, porque los niños son espejos de sus padres y si ellos fallan los niños lo mostrarán.

    Porque son agentes socializantes, es decir son el modelo con el que los hijos aprenderán a manejarse por la vida,  sobre todo en los primeros años la familia viene a ser el primer agente, esta etapa durará hasta el comienzo de la adolescencia donde el primer agente lo constituye la peña de amigos, mas tarde será la sociedad ;pero si el primer factor, la familia, falla esto determinará la influencia que pueda tener la sociedad en la vida de la persona, porque es en esta etapa donde el niño empieza a constituir su personalidad y a generar recursos para afrontar la vida. Los auténticos maestros del niño son sus padres y esta tarea no se puede delegar en nadie.