Una ventana abierta a la Psicología del cambio interior desde la mirada de la terapia Gestalt

Archivo para May, 2013

¿TODOS SOMOS NEURÓTICOS?

 

woody

El término neurosis fue propuesto por el médico escocés William Cullen en 1769 en referencia a los trastornos sensoriales y motores causados por enfermedades del sistema nervioso. En psicología clínica, el término se usa para referirse a trastornos mentales que distorsionan el pensamiento racional y el funcionamiento a nivel social, familiar y laboral adecuado de las personas.

Nadie es perfecto, todos tenemos zonas erróneas. Algo que nos sobra o algo nos que falta. Los errores los cometemos porque no tenemos toda la capacidad ni toda la información para cambiar las cosas. En relación al medio en el que crecemos asimilamos cosas y nos descubrimos a nosotros mismos. Pero cuando nos bloqueamos, cuando interrumpimos ese desarrollo en cuanto que proceso natural, comienzan los problemas.

La visión clínica de la enfermedad está orientada hacia la lógica de la propia enfermedad en vez de apuntar hacia la lógica de la salud, lo que nos conduce a mirar qué está mal. Pero no debería ser así, pues las personas ya somos conscientes de nuestras dificultades, de lo que no hacemos bien, pero no tenemos idea de lo que sí hacemos bien y nos ha permitido sobrevivir. Es por eso que tenemos que hacer énfasis en lo que está «sano», en lo que es «salud».

Para poder reconocer que estamos enfermos debemos ser muy sanos. Llegar a este punto de aceptación de uno mismo es un gran paso para cualquiera que busque mejorar su vida.

La neurosis para la Gestalt no es una enfermedad. Es una forma de ser, de estar en el mundo. Es una forma de existir. No tenemos una neurosis, somos neuróticos. No existen las neurosis, existen los neuróticos.

En la concepción gestáltica la neurosis es la máxima riqueza de una persona y al mismo tiempo su máxima pobreza. Máxima riqueza porque es la forma en la que logramos sobrevivir a lo largo de la historia de nuestra vida, los recursos aprendidos para salir a flote. Pero también es nuestro mayor límite porque impide vivir plenamente nuestra vida, nos bloquea y paraliza ante diversas situaciones.

Lo que hay que hacer con nuestras neurosis es desestructurarlas y volver a estructurarlas, coger sus piezas y volver a montarlas de distinta manera, variar la figura de acuerdo al orden que demos a las mismas. Es decir, hemos de aprender a utilizar nuestras virtudes y defectos a nuestro favor y no en contra nuestra. Si lo que hemos estado haciendo hasta ahora no nos sirve, la estrategia debe cambiar.

La cura estaría no en hacer algo sino en dejar de hacerlo. Dejar de hacer aquello que repito día a día. Esa piedra con la que tropezamos de nuevo, no es otra que nuestra neurosis.

El comportamiento neurótico es totalmente predecible. Al estructurar un carácter vemos y repetimos siempre las mismas cosas. Nuestra identidad se va conformando a través de una discriminación dinámica del «yo» – «no-yo».

La neurosis nos permite ser irresponsables en tanto que alienamos parte de nuestra personalidad, diciendo cosas tales como: «yo soy así»; «quiero, pero no puedo», etc. Siempre hay una razón para que sigamos manteniendo el modelo neurótico de persona que somos. Y así las resistencias nos estancan porque queremos y no queremos al mismo tiempo. Pero no podemos volver a la situación original ya que ella no existe y, además, hemos hecho un sinnúmero de cosas que me han ido convirtiendo en lo que hoy soy.

En toda neurosis que no cambiamos,  detrás hay una ganancia secundaria. Algo que obtenemos de ese comportamiento del que aparentemente queremos deshacernos, pero que nunca dejamos de repetir. Cuando existe repetición seguramente existe cierto beneficio para la persona a pesar del sufrimiento que conlleva. Con nuestra neurosis unas veces conseguimos la atención que necesitamos, el cariño reclamado, la excusa perfecta para no atrevernos a cambiar cosas que tanto tememos, evitamos el esfuerzo por lograr objetivos…otras veces es la forma de castigo que nos autoimponemos cuando no nos creemos merecedores de algo.

Un paso terapéutico importante es el de llegar a conocer la intencionalidad de la conducta, en tanto que toda conducta tiene un significado, ya sea consciente y/o inconsciente. Decía Fritz Perls, padre de la terapia Gestalt, que todo paciente viene a terapia no a curarse sino a confirmar su neurosis.

En definitiva, partiendo de la idea de que en realidad todos somos neuróticos podemos cambiar las cosas. El primer paso para poder alcanzar nuestro equilibrio es empezar a darnos cuenta, aceptarnos como somos y no evitar mirar la realidad. En ocasiones la terapia es la mejor manera de hacerlo. Hacer terapia no supone necesariamente estar en situación de crisis, se puede utilizar para poder mejorar ciertos aspectos de nosotros mismos. Porque sin dejar de ser nosotros mismos, todo es mejorable.

LA CRISIS DEL ADOLESCENTE

adolescentes¿Qué ocurre hoy en día con la crisis en la adolescencia? Cada vez aparece más temprano y deja a los padres más desvalidos. Hay que recordar que la adolescencia no es una enfermedad, sino un pasaje que lleva al niño a ser un adulto. Una etapa de la vida que a pesar de las tormentas y la intemperie nos permitirá descubrir un mundo nuevo. Mientras dure el viaje el joven protestará, pondrá mala cara, estará deprimido, asustado…y de golpe ya no tendrá miedo de nada.

A menudo los padres se encuentran desarmados frente a ese hijo al que ya no saben cómo hablar. Si la adolescencia es precoz hoy es porque la educación y cuidados que reciben los hijos son diferentes.

Actualmente el bebé es una “persona”. Hay que dejarle la palabra, explicarle las cosas los adultos, responsabilizarlo muy pronto, pues creemos que debemos hacer todo lo que podamos para que alcancen la plenitud lo más pronto posible.

Esta precocidad está relacionada con la “infantilización” de los padres. Los niños se convierten en adultos muy temprano y los adultos siguen siendo niños por más tiempo. Los niños se encuentran colocados por los padres en un lugar de amigos y confidentes, por lo que deberán despegarse de ellos más brutalmente llegada la adolescencia. Asimismo los demasiado mimados o adulados por el padre o la madre, atravesarán un momento muy violento para por fin despegarse de ellos y dirigirse hacia los otros. Esta agresividad será inevitable y sin duda muy dolorosa para los padres que siempre hicieron todo para sentirse queridos por sus hijos. Cuanto más permisivos estos, más  intentarán  los hijos enfrentarse a ellos buscando los límites. Y tendrán mucha dificultad en identificarse con sus hijos para ponerse en su lugar.

La pubertad modifica la mirada que los padres tienen sobre sus pequeños. Este cambio trastorna a los padres y obliga a los hijos a dejar la infancia. Se trata inconscientemente de una muerte. Su propia muerte, la del niño que fueron, la de sus padres a los que veían cómo ídolos. Los padres en este momento deben tratar de sobrevivir y no dejarse “matar” por sus hijos, sostener su posición y decir lo que piensan.

Si los adultos no oponen resistencia los hijos los verán muy frágiles y volverán su agresividad hacia ellos. La separación de los padres será un momento muy difícil y solo será posible si los padres aceptan ser abandonados. Si los padres sufren por la pérdida, ese sentimiento de culpa se volverá contra su hijo y se convertirá en algo terrible, será invadido por el miedo ya que aún no conoce el lazo entre el amor y el odio, el lugar que ocupa en la sociedad, etc.

Los hijos no necesitan padres compinches, sino adultos que les muestren el camino. Para conservar su lugar también hará falta que ellos hayan superado su propia adolescencia. Los hijos se vuelven locos cuando los padres no logran asumir su posición de adultos. Y hoy los padres no quieren envejecer. El culto a la juventud, les impide ser de otra generación.

La vida actual y la educación hace madurar a los niños más rápido. Los nacimientos de hermanos de que se deben ocupar porque los padres trabajan, los divorcios, las familias ensambladas en las que hay que ocupar pronto un lugar, los llevan a evolucionar más aceleradamente. Razón de más para que los padres no deleguen nada de su responsabilidad en sus pequeños. Dejarlos hacerse cargo demasiado rápido equivale a abandonarlos.

La crisis de la adolescencia es quizá el momento de la vida de un niño que más se cuestiona a los padres de nuestra época. Cuando el joven era niño, estaba adaptado y hacía todo lo que sus padres le decían. Estas crisis constituyen la turbulencia emocional que supone la metamorfosis de la pubertad y que lleva al sujeto a una crisis de desidentificaciones  que cuestionarán todo su ser: quién soy, de donde vengo, adonde voy…

Todo niño pasa por una crisis cuando vive la transición a la adolescencia. Hay algunos aspectos que serán actitudinales y otros que se convertirán en estructuras. Tener malas notas en el colegio es una manera de caer en crisis y los padres generalmente presionarán y no permitirán que eso sea así, por ello uno de los trabajos a realizar con los padres es que ellos mismos busquen y analicen sus propias crisis.

Finalmente, como sugerencia, incito a los jóvenes a atravesar su propia crisis cuando es pertinente, es decir, durante el periodo de la adolescencia. Si no pasa la crisis en esta etapa, seguramente la pasará más tarde, cuando sea adulto y entonces será peor ya que tendrá más responsabilidades, cargas familiares, trabajo etc. Sentar las bases de una buena estructura personal es muy importante en las primeras épocas de nuestra vida, y de la manera en la que las vivamos condicionaremos nuestra manera de colocarnos ante el mundo.